Propusimos
para esta semana el análisis de esta norma:
“Cuando se va al teatro, al cine o a cualquier espectáculo que tenga lugar en una sala cerrada en la que deba haber silencio, hay que apagar el teléfono móvil.”
Cualquiera
puede observar lo frecuente y lo molesto que es estar en uno de estos
espectáculos y que suene un teléfono móvil. Yo he visto a personas
que no se cortan en absoluto y que se ponen incluso a contestar la
llamada sin el menor rubor.
¿Es
esta una norma jurídica? ¿La ordena alguien o alguna ley y, en caso
de que no la cumplamos, nos pondrán alguna sanción? No. Esto no
aparece en ninguna ley. De hecho, en los espectáculos “ruegan”
que se apaguen los teléfonos, no lo ordenan. Por tanto, no
es una norma jurídica.
Pero
sí
es una norma moral.
Y es una norma que deja en evidencia con toda claridad la baja
calidad moral -y, por tanto, humana- de quien no apaga el teléfono
antes de que empiece un espectáculo.
¿Qué
es lo que hay que pensar en relación con el teléfono móvil y los
espectáculos? Pues algo muy sencillo y que sólo exige un poco de
sensibilidad y otro poco de sentido común. En un concierto, en una
obra de teatro o en una conferencia hay, por una parte, unos
profesionales que están haciendo su trabajo y que deben ser
respetados escrupulosamente. Si nos ponemos en lugar de los actores o
de los músicos -es lo que hay que hacer siempre: ponerse en el lugar
de quienes van a sufrir las consecuencias de nuestra acción- y nos
imaginamos que en mitad de nuestro trabajo suena un móvil, creo que
entenderemos fácilmente la falta de racionalidad y de humanidad que
esto supone.
Pero
no es sólo esto. Es que el espectador que no ha apagado su móvil no
está solo en la sala -ni en el mundo-. Junto a él hay otros muchos
espectadores que han pagado la entrada y que tiene derecho a vivir la
obra en las mejores condiciones posibles, sin interrupciones
evitables y sin ruidos que les desconcentren y les distraigan. Que
suene el móvil en mitad de un espectáculo es una desconsideración
de muy mal gusto hacia los trabajadores y hacia los espectadores.
Veamos
que, pensando de esta manera, esta norma resulta claramente una norma
moral.
En
efecto, si yo estoy convencido de que hay que respetar a los demás y
de que hay que evitar cualquier molestia innecesaria, me sentiré
autoobligado
no sólo a apagar el móvil, sino también a no hablar, a no hacer
ruidos con los papeles de los caramelos y a evitar cualquier acción
que interfiera negativamente en lo que se está haciendo allí entre
todos.
Es
también una acción incondicional,
porque la razón por la que se apaga el móvil no nos beneficia a
nosotros, sino a los actores y a los espectadores. No deja de ser
sintomático de la actitud poco cultivada de quien no lo apaga, que
no ponga los medios adecuados para disfrutar él mismo de la función
en las mejores condiciones posibles. La acción de apagar el móvil
cobra valor humano cuando se hace para no molestar. Entonces es
incondicional. Quizá uno de los problemas de nuestra sociedad sea
que no es frecuente que hagamos algo para no molestar a los demás,
sino porque nos favorece a nosotros. Pero estas actitudes ya caen
fuera de la moral y de lo humano y entran dentro de la selva.
Es
también una acción claramente universalizable,
en el sentido de que sería bueno que todos los espectadores lo
hicieran. De hecho, cuando eso ocurre, todos -actores y espectadores-
pueden gozar mucho más del espectáculo.
Como
vemos, la ética no es más que el resultado de plantearse el hecho
de que estamos en el mundo rodeados de personas y de cuál debe ser
nuestra relación con ellas. Y esta relación es en algunos casos muy
clara: o las respetamos -y actuamos como seres humanos- o no las
respetamos -y actuamos como animales.
Te
propongo que analices la siguiente norma para la próxima semana:
“La mujer debe obedecer siempre a su esposo”
Ya
me dirás lo que te parece y por qué.
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