El presidente en funciones del
Gobierno, el Sr. Rouco Varela, le ha leído la cartilla, al parecer,
otra vez a monseñor Wert y le ha dicho que como no ponga la Religión
en el Bachillerato para que los chicos se atonten aún más, se va a
condenar y, además, no van a votar al PP ni los curas ni las monjas
ni la mayoría de los contribuyentes católicos. Monseñor Wert se ha
apresurado a acatar las órdenes y se dispone a perpetrar en el
senado el mayor disparate pedagógico de la historia reciente de
España. El obispo Rajoy permanece mientras tanto callado, al igual que
el pueblo fiel.
El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
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martes, 29 de octubre de 2013
viernes, 11 de octubre de 2013
Buenas noches. Oficio de monseñores
Ayer fue el día grande de monseñor
Gallardón, soberano con cetro del dicasterio de Justicia. Su
perorata en el Congreso fue adornada con la aparición estelar de
tres pares de impúdicas e inadmisibles tetas ilustradas, que
lograron que su intento medieval de gobernar el cuerpo de las mujeres
fuera conocido -y, es de suponer que criticado y lamentado- en medio
mundo a través de las crónicas de televisión. Aunque monseñora Mato no vio nada de
nada y ni siquiera sabía dónde estaba la tribuna de invitados, las
ultrarrápidas plegarias de monseñora Bañez, junto con la pronta
reacción de las fuerzas antitetas de la casa, lograron reducir con cuidado a tan
provocativas y protestantes señoritas.
Hoy ha sido el turno de monseñor Wert,
destrozador del dicasterio de Educación. En su inmensa, bruta y sorda
soledad, ha sacado adelante una ley educativa rancia,
deshumanizadora, muy eficaz para máquinas insensibles, pero absurda
para seres humanos, marginadora, segregadora e ignorante de cómo es
la situación educativa del país.
Mientras tanto, el papa Rajoy sigue
paseando su nada por los mentideros de la Villa y triturando un país
en el que, por lo que se ve, a su silenciosa y plasmática santidad
le sobran los jóvenes, las mujeres, los enfermos, los ancianos, los
funcionarios, los artistas y los pobres.
Gran día hoy también para el
presidente Rouco y sus ministros. Han logrado que vuelva a recorrer
España ese rancio e insoportable olor a sotana sucia y sudada desde
hace meses, ese que inundaba los colegios y las calles de un país
perdido en el olvido y rescatado transitoriamente por una corte de
meapilas y mercaderes sin escrúpulos. Y esperan también el
presidente Rouco y su Gobierno recibir puntualmente este año, como
todos, las dádivas concordatales que les permitan seguir con el
kiosko abierto, a la espera de las eternidades prometidas.
Por lo demás, la tranquilidad ahí
fuera es la nota dominante, a la espera de que la televisión se
ponga a tono y que el fútbol caliente las neuronas más propicias.
Tú, amigo o amiga, sobrellévalo con
entereza. No te olvides de que hay personas en el mundo y que es
importante quererlas y decírselo, para que la niebla no habite en su
alma y para que las ganas de vivir no sean eclipsadas por estos
bárbaros tan listos, pero tan poco inteligentes. Buenas noches.
viernes, 24 de mayo de 2013
El disparate exorcista
El espectáculo al que estamos
asistiendo en nuestra sociedad es grandioso. No teníamos bastante
con las sarta de mentiras públicas, con las variadas corrupciones,
con la creciente violencia de género o con los disparates políticos,
y ahora sale el eminentísimo cardenal Rouco y le da por crear nada
menos que un Cuerpo de exorcistas.
Yo cada vez tengo más confuso el
sentido que puede tener hoy la religión. No sé a qué se dedican
estos curas de altura. Ahora parece que les ha dado por el demonio y
pueden hacer mucho daño a todo aquél que se deje. Allá
cada cual.
Pero lo que me parece muy peligroso,
pero que muy peligroso, es que, por un lado, se intente implantar un
sistema educativo en el que están ausentes las materias que enseñan
a pensar, a argumentar, a criticar; y, por otro, que aparezcan estas
actitudes que invitan a creer que hay problemas en la realidad que
tienen que ver con un ser tan peculiar como es el demonio y que se
solucionan con la intervención de una especie de hechicero que,
haciendo una serie de mojigangas, logra vencer al diablo intruso. Si
esta actitud tan bruta, tan irracional, tan primitiva cala en la
mente de una persona, será muy difícil que esa persona se ponga
luego a analizar racionalmente la realidad y a intentar mejorarla con
actitudes racionales.
Ayer nos reíamos con esta ocurrencia
de los demonios y los exorcistas. Y es lógico que a estas alturas
estas ocurrencias nos hagan reír. Pero hoy más bien me da una
mezcla de pena, de miedo y de asco. El daño que pueden hacer en las
mentes más débiles es enorme. Desde hace mucho tiempo pienso que
estos curas oficiales han perdido la fe. Hoy creo que, además, han
perdido la razón.
lunes, 26 de enero de 2009
¿Por qué se ofende este hombre?
El ciudadano Antonio María Rouco Varela, cuya única profesión conocida es la de sus creencias, que ya es para echarse a temblar, me está empezando a calentar las castañas.
Cuando el ciudadano Rouco dice creer en dios, yo, que no profeso tal creencia, no me siento ofendido por ello ni por él. Tampoco creo que ninguna persona razonable, sensata, adulta, con un sentido maduro de la democracia, tolerante, ocupada en vivir su vida y que no tenga las creencias que pregona el citado ciudadano se sienta ofendida por que este señor crea en lo que cree.
Cuando el ciudadano Rouco prohíbe a sus seguidores el uso de condones y, en general, de métodos anticonceptivos, yo no me siento ofendido. Me parece una monstruosidad más propia de alguien por quien aún no ha pasado la Ilustración y que, ante el fenómeno del SIDA y el de los embarazos no deseados, se empeña en mirar hacia otro lado, que de personas que ocupan puestos destacados en una organización, aunque ésta sea religiosa. Sé que muchísima gente está en contra de ese disparate, pero no por eso se sienten ofendidos. Allá cada cual con lo que dice y con lo que obedece.
Si toleramos que el ciudadano Rouco crea en lo que cree y que diga lo que dice, ¿por qué entonces el ciudadano Rouco, ante la presencia de autobuses en los que se dice que “probablemente dios no exista”, dice lindezas tales como que “los medios públicos no deberían ser utilizados para socavar derechos fundamentales” o que los creyentes tienen derecho “a no ser heridos y ofendidos en sus convicciones”? ¿Todavía no se puede decir en público que, según alguien, dios no existe, porque quien cree que sí existe se ofende? ¿Tan débiles son esas creencias que la postura contraria se vive como una ofensa? ¿En qué siglo habita este ciudadano? ¿Y en qué siglo quiere que habitemos los demás?
El ciudadano Rouco se atreve, además, con una osadía que linda con el mal gusto, a pedir a las autoridades –que, por lo que se ve, cree que están a su servicio- que “tutelen como es debido el derecho de los ciudadanos a no ser menospreciados y atacados en sus convicciones de fe”.
Quiero que sepa el ciudadano Rouco que yo no me callo ni me voy a callar porque su hipersensible (para lo que le interesa) personalidad se sienta ofendida. Que él no es nadie para decirme a mí lo que puedo decir y lo que no puedo decir. Que me siento con todo el derecho del mundo a expresar lo que pienso y a avisar a mis conciudadanos de lo que me parece una actitud antidemocrática, trasnochada e inhumana. Que si se ofende, que revise con seriedad sus mecanismos psicológicos, porque puede que algo no funcione de manera saludable, racional, cívica o humana en ellos. Que sería bueno que tomara de donde pudiera un poco de sentido del ridículo y, sobre todo, que dejara vivir tranquilos a los demás. Pero ¿quién se cree este ciudadano que es? ¿quién le paga a este ciudadano para que diga estas cosas?
Y a las autoridades civiles les pediría que abordaran de una vez por todas las antidemocráticas normas que regulan las relaciones del Estado con la Iglesia católica. Ya está bien de tolerar lo intolerable.
Cuando el ciudadano Rouco dice creer en dios, yo, que no profeso tal creencia, no me siento ofendido por ello ni por él. Tampoco creo que ninguna persona razonable, sensata, adulta, con un sentido maduro de la democracia, tolerante, ocupada en vivir su vida y que no tenga las creencias que pregona el citado ciudadano se sienta ofendida por que este señor crea en lo que cree.
Cuando el ciudadano Rouco prohíbe a sus seguidores el uso de condones y, en general, de métodos anticonceptivos, yo no me siento ofendido. Me parece una monstruosidad más propia de alguien por quien aún no ha pasado la Ilustración y que, ante el fenómeno del SIDA y el de los embarazos no deseados, se empeña en mirar hacia otro lado, que de personas que ocupan puestos destacados en una organización, aunque ésta sea religiosa. Sé que muchísima gente está en contra de ese disparate, pero no por eso se sienten ofendidos. Allá cada cual con lo que dice y con lo que obedece.
Si toleramos que el ciudadano Rouco crea en lo que cree y que diga lo que dice, ¿por qué entonces el ciudadano Rouco, ante la presencia de autobuses en los que se dice que “probablemente dios no exista”, dice lindezas tales como que “los medios públicos no deberían ser utilizados para socavar derechos fundamentales” o que los creyentes tienen derecho “a no ser heridos y ofendidos en sus convicciones”? ¿Todavía no se puede decir en público que, según alguien, dios no existe, porque quien cree que sí existe se ofende? ¿Tan débiles son esas creencias que la postura contraria se vive como una ofensa? ¿En qué siglo habita este ciudadano? ¿Y en qué siglo quiere que habitemos los demás?
El ciudadano Rouco se atreve, además, con una osadía que linda con el mal gusto, a pedir a las autoridades –que, por lo que se ve, cree que están a su servicio- que “tutelen como es debido el derecho de los ciudadanos a no ser menospreciados y atacados en sus convicciones de fe”.
Quiero que sepa el ciudadano Rouco que yo no me callo ni me voy a callar porque su hipersensible (para lo que le interesa) personalidad se sienta ofendida. Que él no es nadie para decirme a mí lo que puedo decir y lo que no puedo decir. Que me siento con todo el derecho del mundo a expresar lo que pienso y a avisar a mis conciudadanos de lo que me parece una actitud antidemocrática, trasnochada e inhumana. Que si se ofende, que revise con seriedad sus mecanismos psicológicos, porque puede que algo no funcione de manera saludable, racional, cívica o humana en ellos. Que sería bueno que tomara de donde pudiera un poco de sentido del ridículo y, sobre todo, que dejara vivir tranquilos a los demás. Pero ¿quién se cree este ciudadano que es? ¿quién le paga a este ciudadano para que diga estas cosas?
Y a las autoridades civiles les pediría que abordaran de una vez por todas las antidemocráticas normas que regulan las relaciones del Estado con la Iglesia católica. Ya está bien de tolerar lo intolerable.
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