Estoy un poquito harto ya del uso que algunas personas, especialmente aquellas que creen poseer toda la verdad, hacen de un valor tan importante como la empatía. Tener empatía consiste en ponerse en el lugar de otra persona, intentar vivir lo que está viviendo y escuchar el mensaje vital que te está transmitiendo. ¿Para qué? Para comprenderla mejor, para interpretar más certeramente lo que dice y hace y para procurar ayudarle de la mejor manera posible. Lo que me fastidia de ciertos listos de esta sociedad es que te exigen ser empático con ellos, pero no para que los comprendas y les apoyes emocionalmente, sino para que, una vez puestos en su lugar (por cierto, rara vez ellos se ponen en el tuyo), te enteres bien de lo que ellos hacen y te sientas en la obligación de hacerlo tú también. Para estos personajes, la empatía es una trampa, de nombre muy bonito y actual, en la que debes caer y así doblegarte a sus intereses. Si no lo haces, te puede caer encima una serie de improperios que es mejor no escuchar. Ellos tienen derecho a ser como son; tú, mediante la empatía, tienes la obligación de ser como ellos. ¡Vaya maneras de tapar la soledad!