Es difícil saber qué es la belleza, dónde está la belleza, hasta dónde llega la belleza, a qué se refiere la belleza.
Hay una belleza puramente exterior, aparente, captable por los sentidos. Es el aspecto más sencillo de la belleza: unas formas hermosas, un conjunto de sensaciones agradables. Nada se sabe de lo que hay detrás de esa belleza, si hay algo que la belleza oculta o si la belleza es el adelanto sensible de lo que podemos encontrar más adentro de quien porta esa belleza.
Puede que haya otra belleza, la que se mezcla son la bondad. Lo bueno puede verse como bello si se tiene sensibilidad para verlo así. Ocurre, por ejemplo, cuando decimos de alguien que es una bellísima persona. O cuando, tras escuchar una obra musical o literaria o, en general, artística, somos capaces de percibir su estructura, aquello que hace que los sonidos o las palabras nos parezcan bellas. Es una belleza oculta, que pide ser descubierta, que no se muestra con facilidad, aunque se intuye en la mirada, en la sonrisa, en los actos, en los pequeños detalles y en todo lo que las personas o las cosas nos dan. Esta belleza se suele traducir al exterior, pero no a la manera habitual, con pesos, medidas o convenciones, sino de una manera que solo quienes están en la misma onda vital pueden captar.
La belleza exterior te puede secuestrar, anular tu voluntad y arrastrar a simas insospechadas. La mezcla de belleza y bondad, la belleza interior, no te arrastra, sino que te para en seco, que invita a la contemplación, al goce vital de lo humano, al sobrecogimiento ante lo que te aparece como superior a ti y a la admiración del deslumbramiento que en tan raras ocasiones se encuentra.