El
ciudadano llamado Jaume D'Urgell se autodefine en su muro de Facebook
así:
“Enamorado,
crítico, libre y de buenas costumbres. Empatizo con quienes padecen
los efectos de la codicia, la ignorancia y la arbitrariedad. Soy
socialista y activista LGBT. Defiendo la democracia y los demás
Derechos Humanos.”
El
señor d'Urgell puso ayer en su muro el siguiente comentario:
¡No
al cierre del hospital de LA PRINCESA!
A
quien hay que encerrar es al yerno del rey.
A
una amiga, creo que con toda la razón, le pareció un comentario un
tanto demagógico y lo justificaba diciendo que nuestro papel como
ciudadanos es el de pedir justicia, no cárcel para nadie antes de
ser juzgado. Así lo puso en el muro del Sr. d'Urgell, como
comentario. Otra amiga común la felicitó por su sentido de la
justicia y lo mismo hubiese hecho yo, si hubiese leído entonces el
hilo de la conversación.
Me
parece que uno de los vicios ajenos a la democracia, pero que están
asentándose lamentablemente en nuestra sociedad, es el de juzgar a
cualquier imputado desde fuera del juzgado, en los medios de
comunicación, en los bares y en las mentes de cualquiera. Aquí
parece que todos hemos hecho la carrera judicial, que las pruebas y
los procedimientos no tienen ninguna importancia y que nuestro juicio
es el que vale, por encima del de cualquier profesional de la toga.
Mi
amiga, consciente de esta anomalía que mina nuestra democracia, hizo
su comentario, respetuoso, equilibrado y nada fuera de lugar.
Sorprendentemente, el señor D'Urgell reaccionó suprimiéndolo de su
muro, así como el de la otra amiga que lo apoyaba. Otra amiga más
reaccionó protestando por esa supresión, pero su comentario fue
igualmente suprimido por el señor D'Urgell.
Fue
entonces cuando me enteré yo del asunto y puse otro comentario. Le
decía al señor D'Urgell que cómo considerándose crítico y libre,
no admitía que los demás fueran también críticos y libres, puesto
que cuando tenían ocasión de hacerlo, borraba de su muro las
críticas.
Mi
comentario duró unas horas. Hoy ya había sido suprimido igualmente
por el intolerante señor D'Urgell.
A
mí el señor D'Urgell no me preocupa absolutamente nada. Gente como
él hay, lamentablemente, mucha en nuestro país. Hoy, sin ir más
lejos, la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid ha
ordenado quitar los carteles que anuncian las protestas y las
reivindicaciones del personal sanitario de la marea blanca, como si
además de gestores del asunto fueran los dueños de las paredes de
los edificios. Formalmente es la misma maniobra que la del señor
D'Urgell, la misma intolerancia, la misma imposición de criterios,
el mismo tufo antiguo, la misma seguridad en unas ideas discutibles,
pero que no quiere discutir, el mismo vicio ajeno a la democracia.
Me
preocupa, en cambio, el mal trance por el que han pasado mis amigas,
porque a nadie le gusta que le impidan la comunicación y el diálogo
de esa manera tan poco democrática y tan poco civilizada, pero sé
de su inteligencia y de su bien asentada humanidad y confío en que
sabrán darle al suceso la importancia que tiene, o sea, ninguna.
Realmente
me preocupa más otra cosa. Este señor D'Urgell se declara
socialista, pero no actúa como tal. Quizás su párvula formación
le impida ver el daño que le hace con estos actos a los socialistas
y al socialismo. No quisiera que nadie confundiera a un socialista
con alguien que no tolera la crítica, ni el diálogo, que va por ahí
condenando a quien se le antoje, que suprime de un teclazo las
opiniones con las que no está de acuerdo, que no da explicaciones de
sus hechos y que, encima, va pregonando ideas que él mismo
cataloga, sin saber lo que hace, de socialistas.
Te
ruego, lector o lectora de este texto, que, si quieres conocer lo que
es socialismo, la democracia, la justicia y la humanidad, no lo hagas
a través de lo que dice o hace el señor D'Urgell. Es mejor que te
busques otras fuentes más fiables y en las que se pueda respirar un
oxígeno más reconfortante.