Puse aquí días pasados una noticia
sobre una exposición que se había celebrado en la Fundación
Serralves, de Oporto, en 2006, en la que se mostraban varias
fotografías de anos, con el título de 'El ojo del culo'.
Se generó enseguida una breve
discusión sobre si la muestra, por su contenido, podía considerarse
como arte o no. En mi opinión, creo que no se puede mantener hoy esa
visión del arte como algo asociado exclusivamente a la belleza, sea
esta lo que sea, sino como un vehículo de expresión y de
comunicación en el que cabe cualquier tema que el artista quiera
presentar, sea bello o no.
Pero me gustaría fijarme en que
algunas personas rechazaban el carácter artístico de las obras
porque lo que aparecía en ellas era una parte del cuerpo humano que
consideraban poco presentable, en este caso, el ojo del culo. A mí,
por el contrario, me gusta defender una idea más natural y más
integral del cuerpo humano. Todo el cuerpo me parece que es bueno.
Todo él es presentable y no debemos condenarlo ni a él ni a ninguna
de sus partes.
¿Por qué se nos inculca, en general,
la idea de pudor o de que hay partes del cuerpo que tienen menos
categoría que otras o que no se deben mostrar? Observo que hay
ciertas concepciones del poder, poco dadas a promover las libertades
de los ciudadanos, que saben bien que la mejor manera de crear seres
sumisos y obedientes es inculcarles normas y prohibiciones que
impidan el gozo y el placer de vivir con naturalidad. Es como si
tuvieran mucho interés en acostumbrarnos a que no seamos libres y la
mejor manera de hacerlo es comenzar por nuestro propio cuerpo. Todo
lo que somos como personas tiene su asentamiento en nuestro cuerpo,
pero si en el cuerpo instalamos zonas negativas, prohibiciones,
vergüenzas y ocultamientos, nuestra vida se resentirá. Si no
podemos ser dueños de todo nuestro cuerpo, tampoco lo seremos de
nuestra vida, que se la entregaremos, en proporción a nuestras
renuncias, a quienes generan esas normas y esas prohibiciones. A
través del miedo y de ese invento tan curioso que es el pudor, que
se instalan en nuestras mentes mediante la educación y las prácticas
sociales, vamos entregando el dominio de nuestros cuerpos a quienes
son capaces de presentarse como sus hipotéticos dueños, sin que
reaccionemos a tiempo ni reivindiquemos nuestra propiedad sobre él.
Es así como las religiones se han ido
adueñando del cuerpo y del sexo. Nuestras zonas sexuales parece que
hay que ocultarlas, sin que se sepa muy bien cuál es la razón
concreta que lo justifique. Los pechos femeninos -no los masculinos-
tampoco quieren que se muestren. Determinados poderes patriarcales se
consideran dueños del cuerpo de las mujeres y prohiben o controlan
el aborto hasta los límites que el pueblo les deja. El pelo de las
mujeres es también frecuentemente objeto de atención religiosa y
obliga en ciertas ocasiones a que sea cubierto con velos. Los
fundamentalismos más machistas intentan prohibir que se muestre
cualquier parte del cuerpo de la mujer, llegando, por ejemplo en
Afganistan, a condenar a recibir azotes las mujeres que enseñen los
tobillos.
En esta dinámica, el ojo del culo
sufre también su opresión prohibitiva porque a través de él los
malolientes excrementos salen al mundo. No deja de ser curioso que,
por ejemplo, por la boca de un ministro puedan salir las mayores
maldades imaginables y, sin embargo, nadie prohibe su exhibición,
pero el ojo del culo, aunque esté limpio y reluciente, está
condenado a permanecer oculto. ¿Por qué?
Me parece muy importante revisar
nuestra noción de pudor e intentar justificarla racionalmente. Yo no
alcanzo a ver ninguna justificación admisible y creo que habría que
acostumbrarse a renunciar a esta noción de pudor, pero cada cual
tiene sus propias vivencias e ideas. Y también creo que sería bueno
tener una concepción más natural, fresca y generosa de nuestro
propio cuerpo, sin admitir ninguna prohibición injustificable sobre
él. Todo el cuerpo es bueno. Es la mirada sobre él la que puede que
haya que limpiar. Buenas noches.