La belleza llama la atención y nos seduce porque el mundo no es bello, sino todo lo contrario.
El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Se cruza la línea roja de la brutalidad y se entra en la primavera mental, vital y real, en donde, en medio de los lirios y del canto nocturno de los mirlos, aparece un mundo nuevo: el mundo de la elegancia.
La elegancia no es la simple belleza. La belleza dora la piel, siembra el gusto en lo exterior. La elegancia llena la belleza de vida, se mueve en el aire, te seduce por lo que hace, no por lo que es, no te mantiene en este mundo, sino que te transporta a otro, en el que tiene lugar la explosión de la existencia para llegar a lo sublime.
Se traspasa así, impelido por algo más interior y profundo que la belleza, superada tu voluntad y tus prejuicios, oliendo el impulso infinito de la primavera y escuchando el canto glorioso del nacer constante de la vida, otra línea roja que marca el límite de nuestra experiencia.
Un ser humano bello.
Una sonrisa bella.
Una acción bella.
Un paisaje bello.
Unas palabras bellas.
Una música bella.
Una obra de arte bella.
Es difícil vivir sin la belleza, pero a veces es también difícil encontrarla.
Vamos a ver si hoy hacemos el intento firme de fijar nuestra atención en las pequeñas o grandes cosas bellas, estupendas y únicas que nos rodean, sin dejarnos arrastrar por los casos de brutalidad humana que con tanta facilidad observamos en el mundo. Son estas cosas las que deben alegrar nuestras vidas. Te invito a que lo hagas. Suerte para todos.
Aquella mujer tenía unos bellos ojos grandes, negros, resplandecientes. Sus labios, igualmente bellos, eran moderadamente carnosos y dominaban la parte inferior de su rostro. Se podría decir que aquella era una mujer guapa. Sin embargo, de aquellos ojos tan llamativos emanaba una mirada colmada de resentimiento, de odio al mundo. Y, cuando hablaba, los mismos sentimientos que afeaban su mirada aparecían en sus labios, que se torcían y arqueaban, como si se pusieran al servicio de lo zafio y de lo vulgar. ¿Era aquello belleza?
Lo que llamaba la atención de aquella otra mujer era lo equilibrado de las formas de su cuerpo, que ella hacía resaltar con naturalidad mediante su vestido. Aquel cuerpo generaba una sensación de agrado y de armonía. No era necesario asociarle ningún componente sexual, bastaba solo el estético. Pero aquella mujer no estaba cultivada. Por su manera de hablar parecía que escupía palabras, lanzándolas al aire con una violencia que les dotaba de una extraña fuerza innecesaria e improcedente. Eran palabras sin demasiado sentido, con frases mal construidas, no fáciles de entender, que encerraban demasiados disparates y excesivas ordinarieces. ¿Era aquello belleza? ¿Era bella aquella mujer?
Aparecieron luego otras dos mujeres. Una de ellas era bastante gruesa; la otra, extremadamente delgada. Sus cuerpos sugerían una alimentación poco racional en ambos casos, en una, por exceso, y en otra, por lo contrario. Por los temas que trataban en su conversación y por la manera en que lo hacían, daban a entender que eran personas instruidas, amantes de lecturas interesantes, que gozaban aprendiendo y que, con lo que decían, hacían pensar. ¿Eran bellas aquellas dos personas? ¿Estaría, quizá, la belleza más en la inteligencia que en el cuerpo?
Había por allí también hombres. Se nos ha acostumbrado a buscar la belleza en las personas del otro sexo, pero ¿tiene que estar asociada la belleza a un sexo o a otro? ¿dónde hay que buscar la belleza? ¿en qué hay que fijarse para encontrar la belleza? ¿hay alguien capacitado para dictar en qué consiste la belleza. Es más, lo que yo me pregunto ahora es ¿qué es la belleza?
11 de mayo de 2019
La belleza iba a pasar por allí y todos ellos querían contemplarla. Acudieron al lugar con anticipación y ocuparon los lugares que les parecieron los mejores. Esperaron un rato largo bajo un sol potente y abrasador. Entre risas y charlas se entretuvieron y se divirtieron tanto que cuando por fin pasó la belleza no se dieron cuenta de su presencia. Tampoco parece que les importara demasiado. Simplemente pensaban que había que estar allí porque pasaba la belleza.
28 de enero de 2020
Su belleza asaltaba a cualquiera y se introducía con fuerza a través de todos los sentidos. Sin embargo, ningún gesto, ningún valor llegaba a la mente para echar allí sus raíces y florecer. Era una belleza estéril.
27 de enero de 2020
Cada cual sabe lo que son unas manos bonitas.
Las manos, quizá por su propia estructura, ofrecen muchas posibilidades para que se muestre en ellas la belleza: la longitud de los dedos, la forma de las uñas, la tersura de la piel o la ligereza de los nudillos.
Pero, como en todo lo bello, el tiempo, esa suave e inexorable brisa que nos empuja a todos hacia donde él desea, se ceba en ellas.
En el tiempo las manos conservan siempre su belleza, pero cada día más como en un recuerdo, como invitando a que imaginemos lo que fueron a partir de lo que vemos.
Las manos van mostrando también lo mejor de la vida de la persona a quien pertenecen, sobre todo, si esa vida ha transcurrido llena de amor y de cariño.
En la forma de las manos van quedando las huellas de las caricias con las que han obsequiado a quienes han querido.
Cada día las manos se van adaptando a esas otras manos que le acompañan en la vida, se van moldeando para compenetrarse con ellas.
Su textura va dejando de ser la de la suavidad de una piel joven, para convertirse en la de una piel cálida, acostumbrada a mostrar el cariño con el suave movimiento acariciante de los dedos o con la generosa presión de estos sobre los del acompañante.
Las manos de la persona amada terminan siendo parte de nuestra propia piel, sentimos su discurso, notamos sus peticiones, sus deseos o sus dudas.
A veces las manos dicen más que las palabras que salen de la boca.
Este texto que entresaco aquí me parece muy interesante no sólo para conocer algo que quizás no conocíamos, sino para que pensemos en algo tan cotidiano como lo que nos resulta atractivo y lo que deseamos.
Leemos en las páginas 168-169 del libro de Irene Vallejo lo siguiente:
“Safo escribió: «Dicen algunos que nada es más hermoso sobre la negra tierra que un escuadrón de jinetes, o de infantes o de naves. Pero yo digo que lo más bello es la persona amada». Estas palabras sencillas esconden una revolución mental. Cuando se escribieron, en el siglo VI a.C., rompieron los esquemas tradicionales. En un mundo profundamente autoritario, el poema sorprende porque contiene múltiples perspectivas, e incluso parece celebrar la libertad del desacuerdo. Además, se atreve a cuestionar aquello que la mayoría admira: los desfiles, los ejércitos, el despliegue y el alarde de poder. Seguramente Safo habría cantado lo mismo que Georges Brassens sobre su mala reputación: «Cuando la fiesta nacional / yo me quedo en la cama igual, / que la música militar / nunca me supo levantar». Frente a las aburridas exhibiciones de músculo guerrero, ella prefería sentir y evocar el deseo. «Lo más bello es lo que cada uno ama». Inesperado, este verso afirma que la belleza está primero en la mirada del amante; que no deseamos a quien nos parece atractivo, sino que nos parece atractivo porque lo deseamos. Según Safo, quien ama crea la belleza; no se rinde a ella como suele pensar la gente. Desear es un acto creativo, al igual que escribir versos. Favorecida con el don de la música, la menuda y fea Safo podía ataviar con sus pasiones el minúsculo mundo que la rodeaba, y embellecerlo”.
Me parece un buen texto para pensarlo con calma. Por una parte, la belleza no está ahí fuera, sino que está en nuestra mirada. Los cánones, las modas y los estereotipos no son más que mentiras diseñadas para manejar a quienes tienen débil la mirada. Y por otra, está el poder del deseo. No deseamos lo que nos atrae, sino que algo nos atrae porque lo deseamos. Nos ocurre con las personas y -quizás aquí se vea más claro- con las cosas: no deseamos el dinero porque nos resulte atractivo, sino al revés, nos resulta atractivo porque lo deseamos.
En la página 146 de su libro dice Irene Vallejo que
“esta antigua fe en la cultura nació como un credo religioso, con su lado místico y su promesa de salvación”.
Y añade:
“Lo único que merece la pena es la educación -escribe en el siglo II un seguidor de este culto-. Todos los otros bienes son humanos y pequeños y no merecen ser buscados con gran empeño. Los títulos nobiliarios son un bien de los antepasados. La riqueza es una dádiva de la suerte, que la quita y la da. La gloria es inestable. La belleza es efímera; la salud, inconstante. La fuerza física cae presa de la enfermedad y la vejez. La instrucción es la única de nuestras cosas que es inmortal y divina. Porque solo la inteligencia rejuvenece con los años, y el tiempo, que todo lo arrebata, añade a la vejez sabiduría. Ni siquiera la guerra que, como un torrente, todo lo barre y la arrastra, puede quitarte lo que sabes”.
Para algunos esta idea sigue siendo hoy válida, pero me da la impresión de que somos pocos.
26 de octubre de 2019
Decía con frecuencia que había que desaprender bastante de lo aprendido a lo largo de la vida. Solía poner como ejemplo la idea tan frecuente de que el cuerpo es malo, por ser fuente de problemas y hasta de pecados, según admitían algunos. Defendía que había que olvidarse de esa concepción y abrazar la que dice que el cuerpo es bueno, que es una fuente de placer, que quien esté preocupado por su belleza debe saber que todo cuerpo tiene su propia belleza y que no hay por qué forzarlo para que se parezca a ningún modelo, que no hay por qué ocultar el cuerpo ni avergonzarse de él y que, sobre todo, es nuestro, es nuestro cuerpo, porque somos cuerpo. Eso decía.
30 de septiembre de 2014
Vivir no es meramente estar, sino relacionarse con las personas y con todo lo que hay en el mundo. Vivimos en la medida en que nos relacionamos y dependiendo de cómo sea esa relación, así será nuestra vida.