Si no se usa el dedo para señalar la
Luna, es posible que nuestro acompañante no vea la Luna.
Hay veces que hay cosas más
interesantes que ver que la Luna.
Hay también dedos, retorcidos por el
reuma o por un alma ya retorcida por el tiempo, que apuntan muy mal y
uno no acaba de ver dónde están ni la Luna ni aquello a lo que
dicen apuntar.
Está luego el imbécil, que, según
los chinos, se queda mirando el dedo cuando se le señala la Luna.
Decidir si hay que mirar la Luna o alguna otra cosa es asunto muy
difícil y, por lo que se ve, suele estar en manos de los menos
dotados para ello.
Determinar con qué dedo señalamos lo
que hay que ver, en qué momento lo hacemos y de qué forma señalamos
mejor, para que nuestros acompañantes terminen viendo lo que tienen
que ver, es necesario, pero depende en tanta magnitud de los
acompañantes, de sus situaciones concretas y de sus cambios, que
difícilmente se podría prescribir de antemano y de manera
universal.
Pero siempre hay un tipo desocupado, al
que le importa un bledo la Luna y que no sabe nada de señalamientos,
de direcciones ni de sentidos, que tiene la irrefrenable manía de
estar siempre mirando los dedos y haciendo lo posible por que estén
como a él le gusta que estén.