Estoy ya cansado de esa costumbre actual tan extendida de que los padres no eduquen a sus hijos. Hasta el rancio de santo Tomás de Aquino decía que un deber natural era no sólo el de mantener la especie, sino el de educar a los hijos, pero se ve que ahora ni siquiera eso se lleva. Debe de ser que el aburrimiento es muy malo, que de la soledad hay que huir como sea o que la costumbre puede más que la racionalidad. El caso es que la gente no deja de producir carne educable y que una cantidad enorme de esta carne terminara sin educar, como si bajo la estúpida creencia que todo se hace solo, se ocultara otra no menos estúpida tendencia a lo fácil, a lo cómodo, a la rajoyesca actitud de que los problemas se disuelven solos. Nada de acostumbrar a los hijos a tener comportamientos humanos positivos, nada de decirles lo que deben hacer y lo que no deben hacer, nada de transmitirles valores y explicarles por qué deben ponerlos en práctica, nada de hacerles ver la importancia del respeto, de los modales elegantes, nada de mostrarles la importancia de la curiosidad, del estudio, de la limpieza moral y física, del esfuerzo, de que no todo vale. Es mejor engañarlos haciéndoles ver que la vida es sencilla, que siempre podrán hacer lo que les dé la gana, que tener los caprichos que quieran es tan sencillo como pedirlos y esperar un poco, que ellos mismos y sólo ellos son lo único importante en el mundo, que pueden molestar, hacer ruidos varios, faltar al respeto a cualquiera, tocar lo que quieran, vivir como deseen. Y que no proteste nadie porque hasta ahí podíamos llegar. No le deseo a estos padres y madres ni un ápice del sufrimiento que van a tener con estos antropomorfos antropófagos en casa. Si en algún momento se dan cuenta de lo que han hecho, será tarde. Mientras tanto, los demás estamos sufriendo y aguantando las consecuencias de unas generaciones de padres y madres, alimentados por la televisión, por el vicio del tener, por la ausencia de la lectura y de la mínima reflexión y con el tremendo vacío humano que domina sin remedio tantas y tantas cabezas. ¡Qué enorme error! ¡Que enorme horror!