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miércoles, 21 de noviembre de 2012

Mirando por la ventana. La contradictoria realidad




Hace un par de días tuve la oportunidad de vivir ese carácter contradictorio de la vida, ese aspecto doble que la realidad se empeña a veces en ponernos ante los ojos.

Resulta que el teléfono móvil me jugó una mala pasada, se apagó y, pese a mis intentos por reanimarlo, no hizo nada por volver a la realidad y se convirtió en un cacharro inmóvil. Tuve que llevarlo al establecimiento en donde lo compré y allí me encontré con la chica más antipática, más inepta y menos adecuada para tratar con el público que yo recuerde haber visto. Me hizo ir y venir varias veces, me colocó la tarjeta en el aparato al revés, no respondía más que con monosílabos, a la tercera pregunta ponía ya cara de que no estaba allí para responder a nada y se dedicaba, entonces, con descaro a atender al ordenador, era incapaz de resolver un problema, cuando se le suponía experta en la materia y que por eso estaba allí, la amabilidad jamás había rozado su existencia y su trato era tal que deseabas salir cuanto antes de aquel lamentable lugar. La solución al problema que le planteaba, que era el de no quedarme incomunicado mientras me arreglaban el teléfono, la tuve que plantear yo, porque ella era incapaz de orientarme y de mostrarme las soluciones que tenía. Una inepta total que habría que destinar a labores que no le exigieran estar en contacto directo con las personas y que me hizo pasar un rato bastante desagradable.

Cuando volví a casa, encontré un correo de mi amiga Paula, que trabaja en un colegio privado y que, por tanto, está bastante explotada por los dueños del negocio. Me cuenta que ha recibido una oferta de un colegio de renombre de Madrid, pero que la ha rechazado por fidelidad a sus alumnos actuales, a los que entiende que no le vendría bien un cambio de profesor a estas alturas, cuando ya se han hecho con un estilo de trabajo y cuando ya han cogido un buen ritmo y el funcionamiento es bueno. Paula, con esta decisión admirable, ha puesto por encima de sus propios intereses, los del colectivo con el que está unida laboralmente. Es muy posible que ni los neoliberales ni la gente que va por la vida buscando sólo su beneficio personal entiendan lo que ha hecho Paula, pero estoy seguro de que quien crea que vivir es establecer una relación humana con las personas y con las cosas valorará en su justa medida este hecho y sabrá quitarse el sombrero ante su decisión.

Aparte de la valía personal tan diferente que muestran estos casos, a mí me hacen pensar en la ausencia tan brutal de ética que hay en amplios sectores de la sociedad. Ya he dicho que yo esto lo observo, sobre todo, en los servicios públicos. No acabo de ver que el término 'servicio' sea muy atinado para referirse a la labor que alguien hace en la sociedad, pero no encuentro otro. Se trata de tener claro si el desarrollo de una profesión que repercute en la sociedad es simplemente una manera de ganar dinero o, en cambio, es la oportunidad de desarrollar una función en favor de unas personas que, normalmente pagan y que tienen derecho a salir con sus problemas satisfactoriamente resueltos. Cada vez veo a más personas que traducen el terrible lema neoliberal de 'todo vale' en la vulgar máxima de 'de cualquier manera está bien', si no es que practican con descaro eso de 'pague y cállese'. La cortesía, el procurar que el cliente quede contento, el tratarlo con un plus (o, quizás, no sea tanto plus) de humanidad, las buenas maneras y todas esas pequeñas o grandes cosas que hacen agradable la vida están cada vez más ausentes de la vida cotidiana. Una panda de zafios, maleducados, irresponsables e ineptos parece que se ha empeñado en convertir el mundo en una mierda y la relación con las personas en ocasiones en las que el pestilente olor de la animalidad disfrazada salga a la superficie sin el menor pudor.

Menos mal que queda Paula. Y menos mal que no es la única, aunque el grupo en el que se encuadraría es cada vez más escaso y, en verdad, más gratificante.