- El ano.
Yo la miré con cara interrogante y ella asintió convencida. No tuve más remedio que preguntarle en voz alta:
- Pero ¿qué ocurre, que el ano de las mujeres es distinto del ano de los hombres?
- No, profe, es que las mujeres no tienen ano.
Mi cara alternaba entre el “¡Aaahhh!” y el “Ja, ja” y, con una enorme expectación intelectual, se me ocurrió preguntarle dónde teníamos el ano los hombres. Ella, por toda respuesta, se llevó la mano verticalmente entre las piernas y extendió el dedo índice hacia adelante, intentando mostrar con evidencia dónde estaba situado el ano.
- Hombre, pero te refieres al pene ¿no?
- Bueno, eso, ¿qué más da?
Les dije que había que acostumbrarse a hablar con naturalidad del sexo y que lo elegante era referirse a los distintos órganos por su nombre correcto. Así, en el sexo del hombre teníamos el pene y los testículos y que nadie se iba a molestar si usábamos esas palabras. Pregunté cómo se llamaba el órgano sexual de la mujer y la mayoría dijo que la vagina. De la vulva no había oído hablar prácticamente nadie.
Yo pensaba en el “qué más da” ano que pene, en la ignorancia de la vulva y en la irresponsabilidad patológica de los curas y del gobierno valencianos, que llevan ya mucho tiempo jugando con la juventud privándoles de una educación sexual que los humanice. Si los de Madrid están así, ¿cómo estarán los de Valencia?