Creía que podía hacer siempre lo que le apeteciera. Ni sospechaba que en muchos momentos tenía que hacer lo que debía hacer. La noción del deber como la respuesta humana a la presencia de otras personas en su vida no la entendía. Nadie le explicó la necesidad del respeto, de la libertad de todos, de la empatía, de la generosidad o de la igualdad. Había llegado a ser ingeniero, pero ni la educación ni la cultura habían pasado por él. Estaba en estado natural. Creía que ya se nace siendo un ser humano y no se daba cuenta que el ser humano se va haciendo a lo largo de toda la vida, que se necesita mucha reflexión, mucho descubrimiento de las relaciones que nos unen indisolublemente con los otros, muy poco individualismo y mucha generosidad. En el fondo se sentía solo, pero se divertía mucho.