Y vamos avanzando. Uno quiere ir
despacio, pero la vida se empeña en que los días transcurran a una
velocidad excesiva, muchas veces superior a la que nuestra conciencia
es capaz de digerir. Hay una dictadura sin remedio, que, a veces,
resulta gratificante y, a veces, nos parece insoportable. Es la
dictadura del tiempo. Saber que todo se acabará me aporta una
especie de urgencia por vivir, por vivir intensamente cada día, por
valorar cada instante, cada situación que se me presente. Cada
momento no puede ser un tiempo muerto, una vivencia similar a la de
tantos días iguales, sino la ocasión para hacer reales y vivos, en
la medida de lo posible, los valores en los que creo.
La vida tiene
dos ejes. Uno, horizontal, el de la extensión, el del avance del
tiempo, el de la trayectoria personal e inexorable que empezó un día
y que acabará otro. Otro, vertical, el de la intensidad, el que nos
hace reír y llorar, estar alegres o tristes, ser generosos o
egoístas, solidarios o individualistas. Me parece más importante el
eje vertical e intento situarme en él con la cota más alta posible.
Mientras pueda. Y mientras sepa.
Buenas noches.