Parece claro que hay un altísimo número de personas a las que les gusta que las exploten, que les obliguen a morir con dolor, que las espíen, que las engañen. Seres que ven bien la corrupción, o que no la miran aunque la haya, que valoran la mediocridad, el odio y el tocino de pueblo más que una salsa ligera, que adoran la ignorancia y que son capaces de dar su propia vida con tal de que mueran los otros.
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