Era un tipo físicamente grande, con una cintura grande, una edad grande y un volumen de voz también grande. Subió la escalera de manera pausada, como si no pudiera hacerlo de otra manera. Era calvo, con los ojos cercanos entre sí y algo hundidos en la cara, que no revelaba otra cosa más que un cierto mal humor latente. Se sentó dejándose caer sobre la butaca sin quitarse el chaquetón. De un lado de este grandullón, el pasillo. Del otro, yo. Estábamos en el Teatro de la Abadía.
Fui a ver Solitaritate,
una obra del Teatro Nacional Radu Stanca, en colaboración con otros
organismos, de Rumanía. La obra habla del estado de la sociedad
rumana actual, fruto -¡cómo no!- del neoliberalismo imperante, y
está hablada en rumano. Me apetecía también observar qué tipo de
teatro se hace por ahí fuera y esta me parecía una ocasión
estupenda, dado que en la obra colabora incluso el Festival
d'Avignon.
El tipo grande estaba situado a mi
izquierda y estuvo unos minutos leyendo con detenimiento el programa
de mano de la obra. En cuanto acabó de hacerlo y como si
estuviera en el salón de su casa, exclamó en voz alta:
- Así que es teatro de protesta. A ver si, por lo menos, es bueno.
Yo, permanecí con la misma cara que
tenía antes de oír el comentario, pero pensé que allí podía haber
espectáculo. Afortunadamente se quitó el chaquetón antes de que
empezara la obra y se quedó en camisa, con sus elegantes mangas de
puño vuelto aderezado con su gemelo correspondiente. Su dicción
era perfecta. Su tono de voz, contundente. Cuando pasaron un par de
minutos de la hora fijada para que comenzara la función y, a la
vista de que habían dado un tiempo de cortesía que le pareció
excesivo, soltó con un aire evidente de exigencia:
- ¡La hora!
Para ambientar el espectáculo, los
altavoces del teatro hacían sonar una especie de letanía en rumano,
indescifrable para mí, un tanto cansina, pero que tampoco molestaba
en exceso, al menos eso era lo que me parecía. No era el caso, por
lo que vi, de mi vecino de localidad, porque en un momento en el que
él creyó que había cesado la letanía, aunque en realidad no fue
más que una pausa momentánea, espetó con su voz potente y su
dicción perfecta:
- ¡Vaya! Por fin se calló.
Aunque la obra empezaba con los actores
circulando por el patio de butacas, haciendo como que negociaban con
los distintos sectores del teatro, levantando a algún espectador y
dando a entender que allí podía pasar de todo, el espectáculo
discurría de manera algo lenta, con muchos diálogos que había que
seguir en supertítulos y menos acción de la que a mí me parecía
conveniente.
Yo pensaba que mi vecino podía saltar
en cualquier momento. Realmente la obra era de protesta, aunque
expuesta con humor y sin acidez, pero mi vecino resoplaba con
frecuencia, como dando a entender que aquello no le estaba gustando
nada. En un momento dado, hacia la mitad de la función, hizo un
movimiento algo brusco, dobló su chaquetón y, con bastante esfuerzo
y aprovechando que uno de los actores hacía un ruido considerable
con una guitarra eléctrica, se levantó y bajó las escaleras con la
misma parsimonia con la que las había subido. Se fue. No nos brindó
un espectáculo paralelo, afortunadamente, y yo aproveché para
estirar las piernas hacia el lugar que había dejado vacío.
Literariamente, la obra me parece muy
buena. Los actores creo que son magníficos todos. El que esté dicha
en rumano es un inconveniente parcialmente salvable con la traducción
proyectada encima de la escena. Me dio la impresión de que algo
fallaba en la puesta en escena, que a veces daba la sensación de
obra antigua. En varias ocasiones los actores se sentaron en el
escenario a hablar, a dialogar sobre asuntos muy interesantes, pero
que resultaban algo largos y faltos de acción, de acompañamiento. El
decorado, muy bueno. Ya he dicho que el texto y los actores estaban a
gran altura y el público, que llenaba el teatro, aplaudió mucho al
final.
Me hubiese gustado que mi vecino
verbalizara su opinión sobre lo que había visto, pero supongo que
estaría en algún bar de la zona dando cuenta de algún rioja y
diciéndole seguramente al camarero lo mal que está la cultura,
llena de protestas y de gente que se cree que son unos
intelectuales.