Hay veces que las palabras se deforman por un uso inadecuado. Es lo que pasa, por ejemplo, con la palabra elegancia. Hay una opinión que, aunque es absurda, está enormemente extendida, según la cual una persona elegante es aquélla que va bien vestida y manifiesta, por tanto, un aspecto lujoso y exclusivo, a ser posible conseguido a base de dinero y del uso de marcas afamadas. Sin embargo, los aparentes creadores de esta elegancia, los diseñadores, no están en absoluto de acuerdo con esta manera de convertir en supuestamente elegante a un zoquete redomado. Por ejemplo, el modisto francés Emanuel Ungaro respondía así, en una entrevista para el diario El Mundo, a la pregunta sobre qué tiene que tener una mujer para gustar:
“Tiene que tener alma, una vida interior que dé lugar al refinamiento que no procura el dinero. El refinamiento es una cuestión de educación, el lujo es cuestión de dinero. De ahí que podamos encontrar tantas veces una elegancia y un refinamiento exquisitos en los campesinos que no han abandonado nunca su tierra. ¡Qué elegancia al hablar! ¡Qué elegancia en sus silencios! (…) Es una actitud interior. La elegancia viene de dentro, no está en el hecho de vestir en las casas de Alta Costura. Si la mujer es mentalmente elegante, lo que lleva tiene una importancia muy relativa."
La elegancia radica lejos de la simple apariencia. Es más bien una actitud ante la vida que se expresa en la mirada, en la sonrisa, en la voz, en el gesto. Otro modisto, Oscar de la Renta, decía:
“En contra de la opinión de muchos, creo que la elegancia es algo con lo que no se nace, sino que se desarrolla a lo largo de la vida y tiene que ver, sobre todo, con la disciplina con que se vive, y con la proyección personal.”
Es, por tanto, un estilo de vida. Más que una mera manera de ser, es una manera de actuar que se deriva de la propia manera de pensar, que, si se distingue por algo básico, podríamos decir que es por saber desarrollar en cada ocasión un comportamiento profundamente humano, es decir, generalizable a cualquier ser humano, respetuoso con todos, favorecedor para la mayoría o, al menos, no molesto ni pernicioso. Es la forma en la que cualquier ser humano podría actuar sin que fuera calificada su acción de manera negativa.
Cualquier ocasión es buena para actuar de manera elegante. Por ejemplo, contemplando un partido de fútbol. Dentro de unas horas vamos a vivir un acontecimiento emocionante y hasta es posible que importante. Se va a jugar la final de la Eurocopa 2008 de Fútbol entre las selecciones de Alemania y España. ¿Cómo se puede ser elegante viendo un partido de fútbol?
Pues, en primer lugar, teniendo un poco de cuidado porque parece que el fútbol tiene fuerza suficiente para desatar las bajas pasiones y puede que eso nos lleve a actuar de manera gruesa y desagradable.
Una persona que de verdad goce con el fútbol tiene que encontrar belleza en el juego de los dos equipos contendientes, aunque sus preferencias estén inclinadas hacia uno de los bandos. Es imposible que un defensor del Real Madrid, por ejemplo, sea incapaz de encontrar buen juego en el Barcelona o en el Atlético de Madrid. Si esto es lo que le ocurre, es que no le gusta el fútbol y, más que un aficionado o un deportista, será un simple forofo pasional.
Un aficionado elegante aplaudirá al contrario cuando se lo merezca y no reservará sus elogios sólo a los aciertos de su propio equipo.
Ni el árbitro ni los jugadores serán nunca objetos de burla o de menosprecio por parte del espectador elegante. Ni que decir tiene que los insultos nunca serán sus medios de expresión, ni las descalificaciones ni los juicios groseramente parciales.
Un aficionado elegante será capaz de opinar y de sentir, pero sin gritar y sin intentar imponer sus argumentos a cualquier interlocutor. Por el contrario, tendrá siempre presente que es posible que la opinión del otro sea, por lo menos, tan acertada como la propia.
Y, por último, el elegante mostrará su cualidad, sobre todo, con el resultado final. Cuando su equipo pierda, felicitará a los defensores del equipo ganador y reconocerá el mérito de los vencedores. Y cuando su equipo gane, ni tendrá palabras de humillación para el rival ni hará ostentación de las bondades de su equipo, sino que sabrá mostrar la expresión del que sabe que aquello es un juego en el que unas veces se gana y otras se pierde.
La elegancia, en el fútbol y en todo, tiene que ver con la sencillez y con la sobriedad, que son muestra de una personalidad fuerte. Sólo el débil sobreactúa, pero entonces, pierde la elegancia.
“Tiene que tener alma, una vida interior que dé lugar al refinamiento que no procura el dinero. El refinamiento es una cuestión de educación, el lujo es cuestión de dinero. De ahí que podamos encontrar tantas veces una elegancia y un refinamiento exquisitos en los campesinos que no han abandonado nunca su tierra. ¡Qué elegancia al hablar! ¡Qué elegancia en sus silencios! (…) Es una actitud interior. La elegancia viene de dentro, no está en el hecho de vestir en las casas de Alta Costura. Si la mujer es mentalmente elegante, lo que lleva tiene una importancia muy relativa."
La elegancia radica lejos de la simple apariencia. Es más bien una actitud ante la vida que se expresa en la mirada, en la sonrisa, en la voz, en el gesto. Otro modisto, Oscar de la Renta, decía:
“En contra de la opinión de muchos, creo que la elegancia es algo con lo que no se nace, sino que se desarrolla a lo largo de la vida y tiene que ver, sobre todo, con la disciplina con que se vive, y con la proyección personal.”
Es, por tanto, un estilo de vida. Más que una mera manera de ser, es una manera de actuar que se deriva de la propia manera de pensar, que, si se distingue por algo básico, podríamos decir que es por saber desarrollar en cada ocasión un comportamiento profundamente humano, es decir, generalizable a cualquier ser humano, respetuoso con todos, favorecedor para la mayoría o, al menos, no molesto ni pernicioso. Es la forma en la que cualquier ser humano podría actuar sin que fuera calificada su acción de manera negativa.
Cualquier ocasión es buena para actuar de manera elegante. Por ejemplo, contemplando un partido de fútbol. Dentro de unas horas vamos a vivir un acontecimiento emocionante y hasta es posible que importante. Se va a jugar la final de la Eurocopa 2008 de Fútbol entre las selecciones de Alemania y España. ¿Cómo se puede ser elegante viendo un partido de fútbol?
Pues, en primer lugar, teniendo un poco de cuidado porque parece que el fútbol tiene fuerza suficiente para desatar las bajas pasiones y puede que eso nos lleve a actuar de manera gruesa y desagradable.
Una persona que de verdad goce con el fútbol tiene que encontrar belleza en el juego de los dos equipos contendientes, aunque sus preferencias estén inclinadas hacia uno de los bandos. Es imposible que un defensor del Real Madrid, por ejemplo, sea incapaz de encontrar buen juego en el Barcelona o en el Atlético de Madrid. Si esto es lo que le ocurre, es que no le gusta el fútbol y, más que un aficionado o un deportista, será un simple forofo pasional.
Un aficionado elegante aplaudirá al contrario cuando se lo merezca y no reservará sus elogios sólo a los aciertos de su propio equipo.
Ni el árbitro ni los jugadores serán nunca objetos de burla o de menosprecio por parte del espectador elegante. Ni que decir tiene que los insultos nunca serán sus medios de expresión, ni las descalificaciones ni los juicios groseramente parciales.
Un aficionado elegante será capaz de opinar y de sentir, pero sin gritar y sin intentar imponer sus argumentos a cualquier interlocutor. Por el contrario, tendrá siempre presente que es posible que la opinión del otro sea, por lo menos, tan acertada como la propia.
Y, por último, el elegante mostrará su cualidad, sobre todo, con el resultado final. Cuando su equipo pierda, felicitará a los defensores del equipo ganador y reconocerá el mérito de los vencedores. Y cuando su equipo gane, ni tendrá palabras de humillación para el rival ni hará ostentación de las bondades de su equipo, sino que sabrá mostrar la expresión del que sabe que aquello es un juego en el que unas veces se gana y otras se pierde.
La elegancia, en el fútbol y en todo, tiene que ver con la sencillez y con la sobriedad, que son muestra de una personalidad fuerte. Sólo el débil sobreactúa, pero entonces, pierde la elegancia.
Manuel Casal