Era de estructura oronda, con la camisa
ajustada, luciendo tripa, de estatura media, con el bigote poblado, la calva bien
encajada y unos brazos poderosos que separaba del cuerpo al andar,
como si la grasa acumulada no le permitiera llevarlos pegados a los
costados.
Noté que me tocaron en el hombro y
entonces lo vi. Yo estaba en un rincón en el que en las paredes de
ambos lados había sendos pequeños cuadros de la preciosa exposición
La belleza encerrada, que está ahora mismo en el Museo
del Prado. El reducido tamaño de los cuadros hace que si alguien
mira uno de los del rincón, no hay espacio para que otra persona
mire el de la otra pared.
Me volví hacia quien había puesto su
mano en mi hombro y el señor orondo me dijo:
-¿Me permite?- Y señalaba con su dedo
índice el rincón en el que yo estaba, como queriendo ocupar mi
lugar.
Yo, un tanto perplejo, le dije:
-Oiga, ¿qué quiere, que no los vea yo
para que los vea usted?
-Sí -me respondió-, es que me
tropiezo con usted por todas partes y ya está bien.
-Pero ¡cooooooooño! -me limité a
decir en un tono levemente alto, para que el tipo lo notara.
En medio del escándalo -este es otro
asunto- que había en el Prado en esos momentos, yo me quedé
sorprendido, a la vez que feliz por tener la oportunidad de vivir una
experiencia tan desconcertante. He aprendido a no llevarle la
contraria en asuntos como este, en la medida de lo posible, a la
clase bruta y, también, a ser elegante con la gente que no lo es.
Así que, tras lo dicho, me retiré cortésmente y dejé pasar al
individuo impertinente para que aliviara su angustia, si es que podía. Total, yo podía ver otros cuadros y volver allí en
cuanto el señor ávido de placeres estéticos terminara de gozar con
la contemplación que no le dejaba vivir y en cuya satisfacción
tenía la mala fortuna de encontrarse siempre conmigo.
Era curioso el ritmo al que iba este
buen hombre. La exposición hay que verla con un pequeño y utilísimo
libreto gratuito en el que están los datos de los cuadros y una
breve reseña de cada sala, lo cual ralentiza un tanto la visión de
las obras. El señor orondo y angustiado iba a pelo, sin libreto ni
auriculares ni nada: sólo, al parecer, con mi cogote en la retina.
Al poco tiempo lo vi pasar de largo. Iba hacia la salida, pero con
cara de evidente alivio. No me explico cómo con ritmos tan
diferentes coincidía el señor tanto conmigo.
Es verdad que gente tan bruta como este
señor no los he visto, pero sí detecto que cada vez hay más gente
que gasta este estilo: yo voy a lo mío, quiero hacer lo que me
apetece y ya mismo, sin demora, y el que se interponga, que se quite,
que ante todo, estoy yo. Me suena al estilo neoliberal.
Espero que esta noche, cuando te
dispongas a entrar en el reino de los sueños y tengas delante de ti
el cuadro con tu gente querida, nadie intente ocupar el lugar de otra
persona. Por si acaso, tú crea una nube bien grande para que les
caiga a todos una buena lluvia de cariño fresquito y reconfortante.
No te olvides de dormirte con una sonrisa en los labios. Buenas
noches.