Estamos lamentablemente viviendo una
especie de epidemia de asesinatos machistas, de inhumanidad teñida
de virilidad degenerada, de violencia de género sin sentido y sin
justificación posible.
Nos brota del fondo de nuestra
humanidad una solidaridad, ya imposible, con las víctimas, pero
necesaria con sus familiares, con sus amigos, con todos los que se
han quedado solos por las muertes de cada una de estas mujeres. Pero
creo que este sentimiento de cercanía con el dolor de estas personas
no debe ocultar ni evitar lo que me parece más importante, que es el
rechazo radical y la condena sin atenuantes ni piedad de la conducta
de los asesinos. Son ellos quienes han generado estas muertes y es su
desgraciado y delictivo comportamiento el que hay que denunciar y del
que hay que prevenir a los jóvenes de hoy, y, también, a los menos jóvenes.
Estamos entre todos haciendo un país
de incultos. Un inculto no es alguien que no sabe nada de arte o de
biología, sino el que no sabe vivir como debe hacerlo un ser humano.
Sales a la calle, lees algunas declaraciones, ves lo que hacen esos
llamados políticos que van con descaro a lo suyo, y no encuentras
más que brutalidad, seres medio salvajes que hacen lo que les sale
de sus más bajos instintos y una ausencia de valores que asusta.
Hay hombres -los machistas- que han
perdido o nunca tuvieron la más básica noción de respeto. Como si
fueran bestias con aspecto de hombres, consideran que las mujeres no
son seres humanos plenos y que no merecen el respeto y la
consideración que ellos sí exigen para sí mismos. Les interesa
vivir con más comodidades y por eso se creen superiores a las
mujeres, con poder para obligarles a que les obedezcan y, si sus
planes de les tuercen, a maltratarlas, a matarlas, a asesinarlas. No
aspiran a otra cosa que a que les sirvan, naturalmente gratis, que
les den placer cuando ellos quieran y que que les rindan obediencia y
sumisión.
Hay mujeres que aún no se han dado
cuenta de estas maniobras machistas. Viven en un mundo de
romanticismo, en el que creen que van a estar enamoradas toda la
vida. Han valorado la labia del hombre, su cuerpo, lo fuerte que se
exhibe delante de todos y de todas y el interés que parecen tener en
ella. No se han fijado en nada más. No se han dado cuenta de que se
cree superior, que no dialoga, sino que impone sus criterios, que
tienes pequeños detalles violentos, que le gusta ver el móvil de
ella, y controlarla, y entrometerse en su mundo privado para ser él
quien poco a poco va gobernando. Si ella no tiene autonomía
económica, su futuro pronto se irá volviendo negro, y es posible
que no se dé cuenta de las maniobras que el hombre efectúa para
terminar dominándola.
Hay que educar desde el primer día a
nuestros chicos y a nuestras chicas. Se empieza vistiéndolos de
distintos colores, creyendo que eso no es más que una costumbre
inocente, cuando ahí radica el principio de una educación en la
desigualdad. Luego siguen los diversos tipos de juguetes, camiones
para unos y muñecas para otras, para que vayan viendo que no es
igual el futuro de unos y el de otras. Y luego la desigualdad se
dispara con el fomento de la fuerza y la prepotencia en unos y la
belleza en las otras. No reciben ninguna referencia a que todos,
hombres y mujeres, somos iguales, que tenemos algunas diferencias,
pero que no implican que no tengamos los mismos derechos. No se les
advierte de cómo empieza el machismo a notarse, con esos pequeños
detalles que muestran cómo hay detrás de ellos un ser que, en el
fondo, no ama a las mujeres, no quiere el bien para ellas ni
ayudarlas a vivir, sino todo lo contrario, que obedezcan, que sirvan
y que callen. Tampoco hay un rechazo de los partidos políticos que
dicen que no existe la violencia de género, porque prefieren el
machismo que practican sus dirigentes.
Una de las peores características de
la violencia de género es que no se limita al ámbito sentimental, a
las familias. Cualquier hombre que se sienta superior a las mujeres
puede aplicar su machismo en un bar, en un comercio, en la calle o
donde le venga en gana. Que sean más frecuentes las muertes de
mujeres en el ámbito familiar no quiere decir que sea el único en
el que hayan tenido lugar.
Tenemos que educar y educarnos todos
porque está en juego la vida de muchas mujeres, casi podríamos
decir que de todas. Es una cuestión urgente. Una sociedad civilizada
no puede soportar el número de mujeres muertas a manos de machistas
que soporta la nuestra. La vida de cada una de las mujeres debe estar
segura. No puede haber más mujeres muertas por violencia de género.
Hay que tomar conciencia de lo que es el machismo, para poder acabar
con él. Es cosa de todos, de hombres y de mujeres, de padres y de
madres, de profesores y de profesoras. Nadie puede esperar más.