Una de las características de la vejez es que se empequeñece la amplitud del campo de las ocupaciones y las preocupaciones vitales. Las pocas de ellas que quedan suben de intensidad, a veces, de manera muy llamativa y poco equilibrada. Esto no ocurre de forma tan notoria en la ancianidad, que mantiene una actitud mental joven, pero sí en la vejez, que alberga una mente cerrada y ajena a la realidad.
Pero a la vez que decae el número de temas que ocupan el tiempo de las personas viejas, aumenta la simplificación en la manera de abordarlos. Toda la inmensa complejidad de la realidad queda reducida en estas personas a sus aspectos más llamativas o a los que les suscitan más interés, olvidándose de todos los demás. Es por eso por lo que la opinión de los ancianos, que mantienen la mente joven y abierta, es útil para las personas y para la sociedad. En cambio, la de los viejos no suele ser más que una invitación a la comprensión y a la compasión. Y recordemos que se puede ser viejo a cualquier edad.