Yo creía que el deseo de acabar con el
bipartidismo respondía a una intención de abrir el abanico
ideológico español a nuevas opciones, con las que habría que
lograr tanto gobiernos con mayor representación, como pactos
estables, en los que hubiera acuerdos en asuntos básicos y comunes.
Pronto me di cuenta de que esto no era
exactamente así y que lo que comenzaba a aparecer eran ciertas
actitudes exclusivistas, que se consideraban portadoras de la única
solución posible y que descalificaban cualquier otra opción que no
fueran las suyas. Estas intenciones, situadas a ambos extremos del
espectro político, no veo que logren expresar con claridad un deseo
de establecer pactos, sino, más bien, algo así como la intención
de llevar a cabo la imposición de los propios criterios, aunque para
ello los demás tengan que doblegarse o desaparecer del mapa. Ya
hemos tenido ocasión de vivir esta actitud desde el gobierno de la
derecha durante cuatro años, con la herencia de destrucción que nos
ha dejado, y ahora parece que desde el otro extremo se apuntan
maneras en el mismo sentido.
No veo la menor intención de pactar en
algunos sectores. Por poner un ejemplo, ¿se imagina alguien un pacto
educativo en España, en el que participaran el PP y Podemos, además
del resto de partidos? Yo, tal como están las cosas en la
actualidad, no.
Roto el bipartidismo, me parece que lo
que hay que plantearse en serio es si queremos una especie de
gobierno de coalición, en el que entren todos, aportando y cediendo,
y en el que vayamos avanzando todos, aunque sea poco a poco y
trabajosamente, o si queremos una especie de revolución que, si es
lenta, será, con la dispersión actual, a costa de que siga
gobernando la derecha, y si es brusca, no quiero ni imaginarme en qué
pueda consistir. Puede que esté equivocado, pero esto es lo que, con
preocupación, veo.