Es como si todo les diera igual, como si todos les diéramos igual. A mí esto me parece muy peligroso. Van por el mundo como si estuvieran solos, sin tener conciencia, al parecer, de que molestan, de que hacen daño. Solo les mueve lo suyo, pero tampoco algo que pueda ser importante para ellos, sino sus caprichos, sus impulsos, sus apetencias, y lo ejecutan de cualquier manera, como les salga. A veces un animal hace menos daño.
Hay un bar en el que todo lo que ponen es bueno, pero como es pequeño y acogedor, se ha instalado en él gente ya talludita que entablan conversaciones entre ellos a gritos. No puedes hablar, pero tienes que oír los chillidos, con frecuencia supuestamente graciosos, de quienes hacen un uso privado de un lugar público. No ven en el mundo a nadie más que a ellos mismos, y si hay alguien más, que se fastidie.
Te cruzas por una acera estrecha con algún elemento que actúa como si fuera el dictador de un lugar recóndito: no hace el menor ademán de compartir la acera, solo espera que te desintegres o que te quites de en medio para que pase él. O nadie les ha enseñado a convivir o no han logrado aprender a hacerlo. Quizás no tengan ningún interés en convertirse en seres humanos.
Hay un detalle que me resulta especialmente doloroso y que me enfada, quizás más de la cuenta. Son los estornudos. Por lo que se ve, llevar un pañuelo o un kleenex se ha convertido en algo absurdo e innecesario. Vi -tuve que ver- en un autobús a un tipo al que le entraron ganas de estornudar. Una y otra vez se tapaba la nariz con la mano, hasta que se le acabó la serie. Se paso la mano por el pantalón y, a continuación, la puso en el borde del asiento delantero. Luego, pulsó con ella el timbre de parada y se bajó. Sentí asco. Hoy iba yo por la calle sorteando grupos de personas que charlaban en la acera. De pronto veo que una señora de uno de esos grupos gira la cabeza y obsequia al mundo con un soberbio estornudo ¡a medio metro de distancia de mí!. Frené a tiempo, pero a la señora le dio igual. Pasé a su altura y, en cuanto la adelanté, soltó otro estornudo de la misma clase, sin mirar, sin ningún cuidado, como quien le suelta al mundo lo mejor que tiene. Me dio un asco tremendo y complejo, no solo por lo que pudo quedar en el aire, sino también por ver a un ser humano comportándose como si fuera un animal cualquiera.
Hemos pasado una pandemia terrible. Nos dijeron que había que estornudar contra un kleenex o contra el interior del codo. Nos avisaron de que no era bueno contagiar lo que lleváramos dentro. No aprendieron nada. Siguen tan embrutecidos como antes. Debe de ser muy difícil aprender a ser humanos. Parece más sencillo permanecer en estado animal. Qué bonita es la vida, pero el mundo, por estos y otros detalles, me da cada vez más asco. No sé si será posible a estas alturas suministrar una educación conveniente a los ciudadanos.