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sábado, 16 de febrero de 2013

Buenos días. Derechas e izquierdas




Hay muchas personas de derechas -de las que se reconocen como tal y de las que, siendo de derechas, se creen que son de izquierdas- que defienden que han caído las ideologías, que ya todas son iguales y que es, por tanto, lo mismo votar a un partido que a otro. O no votar, que es el verdadero objetivo de esta maniobra. Cierta izquierda, siempre tan exigente y tan delicada, se desmoviliza pronto y se apunta fácilmente a esas simplezas tan peligrosas de que todos son iguales y consignas similares escasamente pensadas. Con esta maniobra de decir que el sistema ha caído -ya lo defendía el franquismo-, de que da lo mismo una cosa que otra -se lo he oído decir a algunos como si fuera el gran descubrimiento del siglo- y que, hagas lo que hagas, no hay remedio, se le sigue entregando el poder a la derecha -que vota siempre, porque tiene mucho que defender- y, con tanta abstención, se va construyendo un camino muy eficaz para que venga el dictador de turno a salvar el país, sometiéndolo a sus designios. Este es uno de los negros nubarrones que tenemos encima y que parece que nadie quiere alejar.

Es cierto que en cuando a la producción de bienes, la derecha y la izquierda se sitúan dentro del marco del capitalismo, si bien éste puede ser interpretado de manera más o menos salvaje. Pero en lo que se refiere a la distribución de la riqueza y a las políticas sociales, las diferencias entre la derecha y la izquierda son tan evidentes que quien no quiera verlas podría ser tachado sin posibilidad de error de ciego voluntario.

Pero hay una diferencia entre ambas formas de entender la vida y el mundo que se está poniendo estos días de manifiesto, a mi juicio, con bastante claridad. Me refiero a las relaciones internas entre los miembros de los grupos políticos y al tratamiento que se les da cuando expresan sus opiniones en público. 

Los políticos de la derecha suelen apoyarse entre sí, no sé si porque les interesa o para fortalecer sus propuestas. Al final, como son fundamentalmente individualistas, acaban siempre mal, enfrentados entre sí y sacando al aire sus vergüenzas, pero, en principio, trabajan en común y dan la impresión de pertenecer al mismo grupo. En cambio, en cuanto en la izquierda sale una persona nueva, o hace en público alguna crítica -eso que es tan de izquierdas y que la derecha nunca hará- o se atreve a hacer alguna propuesta novedosa, cae sobre ella el peso de la sospecha, de la desconfianza y de las interpretaciones tendenciosas de lo que ha dicho y de por qué lo ha dicho. Es como si lo nuevo, lo distinto o lo atrevido no tuvieran cabida en la izquierda de este país y cualquiera tuviera que pagar sin compasión su osadía de expresar en público sus opiniones críticas. Los casos de Beatriz Talegón y de Alberto Garzón son suficientemente ilustrativos de lo que quiero decir. Convendría que nos fijáramos en el funcionamiento interno de los partidos en otros países y ver un poco de lo que ocurre allí. Las críticas que le hacen a Cameron en el parlamento británico podrían servir, quizás, de ejemplo.