¿Hacia dónde mirar si quiero darme cuenta cabal de lo que hay?
Podría quedarme, por ejemplo, en los éxitos de mi equipo, en la belleza de las mujeres que me gustan, en la paz de una tarde en la orilla de la playa o en el placer que proporciona cualquier plato bien cocinado. Pero entonces mucha parte de la realidad se quedaría fuera de mi contemplación.
Podría también dirigir mi mirada hacia los cientos de miles de mujeres cruelmente violadas en la República Democrática del Congo, hacia las más de 27.000 personas que mueren de hambre al día en el mundo, de los que la mitad son niños, de forma que cada 6 segundos muere uno de hambre, hacia los 30.000 menores de cinco años que mueren al día por malnutrición o por enfermedades evitables, hacia los 900 millones de personas que no tienen agua potable o hacia los 55.000 habitantes de Madrid de más de 80 años que viven solos.
Podría ser optimista, viendo la parte agradable de la realidad, o pesimista, considerando los aspectos inhumanos de lo que pasa. Quizás tendría que fijarme en los dos, pero hay entre ellos una gran diferencia: lo desagradable, lo inhumano supone un problema, mientras que lo agradable, no. Posiblemente el asunto esté en ser capaz de mirar hacia donde están los problemas o, por el contrario y por el motivo que sea, mirar para otro lado.