García Calvo, además de filólogo, es poeta y filósofo y, sobre todo, posee una personalidad muy acusada que se detecta en sus libros y también, aunque sea sólo una anécdota, en su forma de vestir. Observalo en esta fotografía cómo muestra su afición por quitarse el frío a base de camisas superpuestas, cosa habitual en él.
En relación con lo que nos ocupa, creo recordar haberle oído decir en alguna ocasión que él no empleaba nunca esa fórmula mágica del 'te quiero', porque decía que tenía un cierto poder adormecedor: el que la pronunciaba parece que ya podía descansar porque había manifestado su compromiso, y el que la escuchaba quedaba satisfecho porque sabía que contaba con el cariño de la persona amada. Y, luego, ya no pasaba nada. El amor hay que hacerlo --en el sentido de crearlo, de hacerlo real--, en lugar de decirlo. Y hay veces que las palabras sustituyen por sí mismas la realidad que debería aparecer en su lugar. Este es al menos el recuerdo que yo tengo y, desde luego, yo le reconozco la parte de razón que tiene, sin necesidad de llevar al límite el no pronunciamiento de las palabras en cuestión.
La obra escrita de García Calvo es enorme y se la publica él mismo, en la editorial Lucina. Hay una entrevista, interesante y algo larga, que le puede gustar a algún lector desocupado o que esté deseoso de leer una prosa cuidada y con un estilo muy personal.
No suele ser muy conocido el hecho de que la Comunidad de Madrid tiene un himno con letra y que el autor de la misma es precisamente García Calvo. Es también autor de un poema célebre y precioso, 'Libre te quiero', al que puso música Amancio Prada.
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