La integración de los colectivos más diferentes es siempre muy difícil y creo que hay que hacerla con mucho cuidado. Hace poco leía en El País una entrevista con el productor de música Ricardo Pachón, el que sacó al mercado tantos discos de Camarón de la Isla, de Lole y Manuel, de Smash y de tantos otros. Hablando de la integración de los gitanos, decía que
“conoció la cava gitana de Triana antes de que fuera expulsada de allí esa comunidad por las presiones de las grandes constructoras, apoyadas por el gobernador del Opus Hermenegildo Altozano. ‘Entonces creían que para integrarlos lo mejor era la diáspora, pero fue al revés, en minoría se cierran aún más y se activa el racismo; luego con el tiempo crearon ese monstruo que son las 3.000 Viviendas, donde mezclaron a gitanos, quinquis y gachós, gente que nunca había vivido en pisos y, mucho menos, con ascensor. Recuerdo pasear por el barrio sevillano con Raimundo Amador y descubrir a un burro asomado a una ventana del segundo piso’.
Conozco un lugar en Alcorcón, Madrid, en donde hicieron otro disparate de estos. Desmantelaron unas chabolas y llevaron a los que vivían en ellas a unas casas prefabricadas que hicieron junto a un Instituto. Llevaron a vivir allí a un célebre delincuente que se hartó de montar números por los alrededores, quemando coches y sembrando el miedo entre la población. Desde entonces el Instituto fue recibiendo cada vez menos alumnos porque ninguna familia quería tener contacto con la zona. Al final tuvieron que echar al delincuente, pero el daño ya estaba hecho.
No se puede hacer nada de cualquier manera.