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sábado, 14 de julio de 2018

Buenas noches. Socorro




La vi delante de mi. Era una señora mayor que apoyaba su brazo izquierdo en una muleta. Yo iba muy diligente, cumpliendo el mandamiento diario de andar para que el corazón y sus circunstancias se mantengan a gusto y en paz. La adelanté pronto. Cuando iba cuatro o cinco metros delante de ella, oí una voz alta y clara a mi espalda:

—¡Socorro!

Me paré en seco y rápidamente me volví. Me dio tiempo a pensar en una caída o en un desvanecimiento repentino. Incluso me pregunté por lo que podría hacer yo en una situación así. Eché mano, por si acaso, del teléfono móvil que llevaba en el bolsillo. Comprobé que la señora seguía andando al mismo ritmo lento que antes.

—¿Qué tal se oye ahora el teléfono, Socorro? ¿Bien? —siguió diciendo como si no creyera en la eficacia del teléfono para transmitir su voz.

Reaccioné con una mezcla de alegría y de rabia. La manía de hablar por teléfono a gritos en cualquier lugar y la torpeza de llamar a las personas con nombres confundentes se unieron para dar lugar al susto. Ya en los autobuses cambiaron la inscripción “Ventana de socorro” por la de “Salida de emergencia”. Esa señora debería ir pensando en cambiar también su nombre. 

Buenas noches.