Vivir es, en el fondo, andar como un
funambulista a lo largo de un alambre que va desde el primer llanto
al último suspiro. Lo suyo es ir preparándose poco a poco una buena
barra equilibradora, con buenos elementos y buenos criterios, para
que el recorrido sea más fácil y seguro. Hay, sin embargo, quienes
desde un principio sienten miedo o vértigo o, simplemente, no
disfrutan con las aventuras y se paran. Estos nunca se caerán,
ciertamente, pero tampoco vivirán. Otros, en cambio, ven absurdo no
recorrer el alambre, no avanzar, no llegar a alguna parte y se lanzan
hacia adelante a saborear el riesgo de crear un paso nuevo, una nueva
visión, un logro más. Algunos se caen, pero muchas veces una
especie de corriente de aire repentina los vuelve a situar en el
alambre.