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martes, 6 de julio de 2021

Papeles para aprender. Homo ludens, por Manuel Vicent




 Manuel Vicent defiende en esta columna, publicada en El País el 4 de julio, que el gol es nuestro destino en lo universal, la única forma de que las dos Españas se abracen.

Puedes leerlo aquí.

martes, 8 de junio de 2021

Papeles para leer. Doble tajada, de Manuel Vicent

 

Fotografía tomada de El País.

¿Logrará la derecha con las firmas populares y las manifestaciones en la calle contra los indultos volver al poder y el soberanismo colmar el vaso que lo haga irreversible? De eso se trata.



Puedes leerlo aquí.

martes, 5 de mayo de 2015

jueves, 23 de abril de 2015

miércoles, 15 de abril de 2015

miércoles, 11 de marzo de 2015

lunes, 9 de febrero de 2015

Columnas. Manuel Vicent. Sortilegio



Sortilegio, de Manuel Vicent, fue publicado en El País, el 8 de febrero de 2015. 

Puedes leerlo aquí. 

Buenas tardes.

viernes, 15 de julio de 2011

Letras que hago mías: La frase




MANUEL VICENT
La frase
El País  03/07/2011

Las elecciones generales se ganan con una sola frase. Como si se tratara del lanzamiento del coche del año o de una nueva pastilla de jabón, en Norteamérica el programa de un partido político se resume en un mensaje corto, rotundo, dirigido al subconsciente colectivo. Cada candidato a la Casa Blanca se presenta amparado bajo su eslogan, que repite durante toda la campaña hasta que acaba por perforar el cerebro del elector. Es la economía, idiota, fue la consigna de Clinton, que movió las manos al escoger su papeleta. El eje del mal, con esas cuatro palabras ganó las elecciones George Bush después del cataclismo de las Torres Gemelas. Yes, we can, repetía Obama en todos los mítines como un mantra. En nuestro país el Partido Socialista llegó al Gobierno en 1982 solo con esta breve expresión: por el cambio. Después de tres mayorías absolutas Felipe fue desbancado finalmente cuando el exabrupto imperativo "¡márchese, señor González!" vertido como una gota malaya fue asimilado por la opinión pública como una necesidad perentoria, pero el mismo día del atentado de Atocha el propio Partido Popular quedó abatido porque Rubalcaba encontró la frase precisa que sintetizó toda aquella tragedia social, moral y política. España no se merece un Gobierno que le mienta. Fue el gancho en la mandíbula que puso a flotar juntos en la lona a Aznar y a Rajoy. Ahora al Partido Popular, sin un programa explícito, le basta con percutir en el yunque con un martillo este binomio siniestro: Zapatero y cinco millones de parados. Elecciones anticipadas. Una cosa lleva a la otra. Toda la diabólica complejidad de la crisis económica ha sido reducida a este elemental principio de causalidad que la opinión pública ha terminado por asimilar. El problema del Partido Socialista consiste en que no parece encontrar una frase atractiva para repescar a sus electores que le han abandonado. Un estadio lleno de gente, considerado como una sola unidad, tiene la psicología de un niño de nueve años. El cerebro del electorado no da para más de dos ideas a la vez. Se trata de encontrar una expresión, incluso un solo vocablo, que exprese toda la desesperación de la izquierda y la obligue a rechazar una vez más esa pastilla de jabón con que Pilatos se lavó las manos. Si me odias, vótame.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Aguirre el magnífico



Manuel Vicent ha publicado una novela sobre Jesús Aguirre, el que fue el último duque de Alba (por ahora), quien había nombrado a aquél su biógrafo oficial. El libro parece que es una muestra perfecta del estilo de Vicent y está bien dotado de anécdotas sustanciosas. Habrá que leerlo. Mientras tanto, dejo aquí el comentario que Juan Cruz ponía en su blog días pasados.


Da gusto recomendar el último libro de Manuel Vicent

Rafael Azcona resolvía la tarea de comentar un libro o una película de alguien cercano diciendo muy firmemente al máximo interesado: "¡Esto es un libro!" o "¡Esto es una película!", según el caso. Es cierto que resulta muy complejo esto de expresar con palabras lo que nos ha parecido un libro, una película, un cuadro, un disco, etcétera, pues todos los autores --todos-- tienen su ego específico que aunque reclame sinceridad espera elogio. Así que es complicado decir cualquier cosa, por lo que la fórmula de Azcona me parece fantástica. Sin embargo, a veces da gusto elogiar un libro y recomendarlo abiertamente. Vaya por delante que este que recomiendo es de un amigo al que frecuento muchísimo, y al que quiero, claro está, que además publica su libro, una novela, en la editorial a la que estuve ligado hasta hace algunos años, Alfaguara, a la que él mismo estuvo ligado mucho antes que yo. La novela es Aguirre, el magnífico y el autor es Manuel Vicent. La he leído como si fuera un libro sobre Jesús Aguirre, el duque de Alba. Pero pronto la novela no es exactamente sobre ese personaje tan peculiar, tan inteligente, tan extraordinario y tan contradictorio que fue el sacerdote, editor y finalmente duque más famoso de las últimas décadas españolas. El libro es sobre Aguirre, qué duda cabe; él es el foco del interés narrativo de Manuel Vicent, pero en este caso, como en otros de su producción literaria, Vicent ha hecho caso de las sabias teorías de Juan Cueto sobre la mirada distraída, así que ha conseguido, con una mano verdaderamente magistral, de un magisterio insólito, hondo, establecer ante nosotros una especie de retablo de las maravillas y de las desdichas de un país entero desde que nace al duque hasta que cae del otro lado de la vida, tras un periodo en el que la sombra es su cobijo. El libro recorre, pues, la historia de España en los difíciles tiempos del franquismo y de la transición, y para ello Vicent acude a su propia teoría de la memoria fermentada; para los periodos siguientes, cuando España pretendía ser un país alegre y resuelto, Vicent acude a una ironía que alcanza los límites en los que la ternura se confunde con el sarcasmo. La capacidad metafórica de Vicent le ha acompañado felizmente; él es un obseso de la grasa (contra la grasa) en la literatura, y aquí consigue un cuadro acabado y sutil, lleno de insinuaciones que hacen revivir la historia para ponerla a disposición de los que creemos que la literatura no es sólo la narración notarial sino la imaginación al servicio de los sucesos que uno rememora en la niebla dubitativa de la memoria. Literatura pura, sin grasa, proteína en su justa medida, alimento poético verdaderamente raro. Si tienen una librería a mano vayan en seguida a buscar este libro, y léanlo como se lee una novela. No caigan en el vacío de la historia, pues las historias son mejores cuando parecen inventadas. Esto es un libro, ciertamente, y qué gusto da recomendarlo.

viernes, 13 de agosto de 2010

Brindis


MANUEL VICENT


EL PAÍS  -  Última - 12-07-2009


Alguna gente madura, tal vez la más lúcida, suele pensar con acierto que lo mejor que tiene la juventud es que ya pasó. Fue una época breve y radiante, romántica y vigorosa, pero también llena de luchas, temores, dudas, celos y rivalidad. Alrededor de los 50 años, en cualquier biografía llega un momento en que el caballo de fuego que uno llevaba dentro comienza a perder la ansiedad en el galope y aun sin abandonar la curiosidad ante la vida siente que hay que tomarse las cosas con más calma. A qué viene tanta prisa, se dice a sí mismo una mañana. De pronto uno se da cuenta de que no tiene que correr detrás del autobús ni necesita presentarse ya a ningún examen ni le inquietan las modas ni se ve obligado a cambiar de costumbres y cada día le importa menos lo que piensen de él los demás. No ha dimitido de ninguna idea ni ha cambiado de bando. Le siguen cabreando los mismos políticos, las mismas injusticias, los mismos fanáticos, los mismos idiotas, pero no está dispuesto a que ninguno de ellos le estropee una buena digestión. Si uno es viejo lo peor es comportarse como un joven. Cada edad tiene su baraja con placeres que pueden ser tan intensos como uno quiera, si sabe jugar las cartas. Peor que querer ser joven a toda costa es tener ya ideas de carcamal con apenas 30 años. Gente joven envejecida la vemos y oímos todos los días en las tertulias de la radio y de la televisión. Del primer caso lo salva a uno el sentido del ridículo; en el segundo no hay cura posible porque es cuestión de carencia de minerales. El hecho de que uno con el tiempo alcance cierta serenidad y contemple las cosas con una sabia perspectiva no impide blasfemar si llega el caso. Marco Aurelio debe darle la mano a Epicuro y la resignación no tiene por qué dejar de ser creativa. Lo que ibas a ser de mayor ya lo eres y lo que no ibas a ser ya no lo fuiste. Adiós a la juventud. Se acabaron las luchas, los nervios y las dudas por la identidad. Para una persona madura hoy es el futuro que tanto temía. Ya ves, no ha pasado nada. No ha caído la bomba atómica, has salido bien de una grave enfermedad, al final la crisis económica se ha superado y tus hijos son más altos y más listos. Encima el sol sale todas las mañanas y tú estás vivo. Hay que brindar.


jueves, 11 de marzo de 2010

Clase


Hubo un tiempo en el que no me gustaba llamarle clase. Prefería estilo o incluso humanidad. Un ataque de ingenuidad y de igualdad muy mal entendida me hacía creer que era como caer en el clasismo llamar clase a eso difícilmente describible que hace atractiva a una persona simplemente por ser persona de una determinada manera.

Hoy prefiero otra vez llamarle clase. Estoy de nuevo convencido que hay quien se empeña en que en este mundo haya clases diferentes y que la vida tiene que convertirse en una lucha de clases. Más exactamente, este mundo parece que se divide entre los que tienen clase y los que no la tienen, y que la vida la mayor parte de las veces consiste en librarse de los que no tienen clase, en intentar quitárselos de encima o en procurar que su nefasto influjo no te haga malvivir.

Si me pides que te cuente en qué consiste tener clase, te invito a que leas lo que el gran Manuel Vicent escribió el domingo pasado en El País. Léelo aunque no me pidas que te lo cuente. Merece la pena que lo hagas y que lo pienses.

Tener clase

MANUEL VICENT

EL PAÍS - Última - 07-03-2010

No depende de la posición social, ni de la educación recibida en un colegio elitista, ni del éxito que se haya alcanzado en la vida. Tener clase es un don enigmático que la naturaleza otorga a ciertas personas sin que en ello intervenga su inteligencia, el dinero ni la edad. Se trata de una secreta seducción que emiten algunos individuos a través de su forma natural de ser y de estar, sin que puedan hacer nada por evitarlo. Este don pegado a la piel es mucho más fascinante que el propio talento. Aunque tener clase no desdeña la nobleza física como un regalo añadido, su atractivo principal se deriva de la belleza moral, que desde el interior del individuo determina cada uno de sus actos. La sociedad está llena de este tipo de seres privilegiados. Tanto si es un campesino analfabeto o un artista famoso, carpintero o científico eminente, fontanero, funcionaria, profesora, arqueóloga, albañil rumano o cargador senegalés, a todos les une una característica: son muy buenos en su oficio y cumplen con su deber por ser su deber, sin darle más importancia. Luego, en la distancia corta, los descubres por su aura estética propia, que se expresa en el modo de mirar, de hablar, de guardar silencio, de caminar, de estar sentados, de sonreír, de permanecer siempre en un discreto segundo plano, sin rehuir nunca la ayuda a los demás ni la entrega a cualquier causa noble, alejados siempre de las formas agresivas, como si la educación se la hubiera proporcionado el aire que respiran. Y encima les sienta bien la ropa, con la elegancia que ya se lleva en los huesos desde que se nace. Este país nuestro sufre hoy una avalancha de vulgaridad insoportable. Las cámaras y los micrófonos están al servicio de cualquier mono patán que busque, a como dé lugar, sus cinco minutos de gloria, a cambio de humillar a toda la sociedad. Pero en medio de la chabacanería y mal gusto reinante también existe gente con clase, ciudadanos resistentes, atrincherados en su propio baluarte, que aspiran a no perder la dignidad. Los encontrarás en cualquier parte, en las capas altas o bajas, en la derecha y en la izquierda. Con ese toque de distinción, que emana de sus cuerpos, son ellos los que purifican el caldo gordo de la calle y te permiten vivir sin ser totalmente humillado.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Todo permanece cambiando

Te sugiero que te fijes en cómo entrelaza las diversas vidas dentro de la vida Manuel Vicent en su columna de hoy de El País. Es el arte de escribir. Te la pongo aquí.

miércoles, 8 de julio de 2009

Principios


El gran Manuel Vicent publicó el 29 de marzo de 2009, bajo el título de Principios, la siguiente columna para pensar. Una obra maestra.


Es una fortuna caminar en compañía de gente sabia, divertida y escéptica, que esté dispuesta a cambiar cualquier verdad absoluta por un queso de cabra, cualquier honor, premio o reconocimiento por la corona de un sombrero de paja, cualquier clase de eternidad por la embriaguez de la duda unida a la armonía de la naturaleza. Por el contrario, encontrarse con gente de principios sólidos e inalterables es el peligro más grave que puede correr uno en esta vida. Un hombre de principios fue aquel que, sintiéndose puro, arrojó la primera piedra contra la adúltera; es el mismo que te indica con el dedo el camino recto que debes seguir y en cuanto te desvíes será el que te delate, el que te incluya en la lista negra o borre definitivamente tu nombre del mapa. En el caso en que este hombre de principios obtenga un poder absoluto, si además es muy devoto, no dudará en mandarte a la horca rezando por tu alma sin ahorrarse las lágrimas, puesto que también se puede llegar a la extrema violencia a través de la piedad. Huye de ese ser misericordioso que busca tu salvación por medio del terror del espíritu y te obliga a desayunar cada mañana con una rueda de molino. No es ninguna broma aquello que dijo Groucho Marx: "Éstos son mis principios, Si no le gustan, tengo otros". El fanático es capaz de saltar de un risco al risco contrario, ambas cimas situadas a la misma altura bajo un cielo nítido y puro, donde se siente igual de seguro, aunque armado esta vez con distinto látigo. El dogma es una forma de locura, del mismo modo que la pureza extrema alcanza a veces la forma de la más refinada crueldad. Los principios inalterables nos fueron inoculados en una edad muy temprana cuando nuestro cerebro estaba aún desvalido. En la mayoría de los casos aquellos principios fermentaron y se diluyeron en la inteligencia, en la imaginación y en el placer de los sentidos; pero hay personas que conservan incólumes aquellos mitos de la infancia en su cerebro de reptil sin que encuentren salida sino a través de los latidos de sangre que conforman su pensamiento. Hoy es un domingo de primavera y hay dos clases de desayuno. Por un lado, café, tostadas, queso de cabra y alguna duda relativa; por otro, principios inalterables y ruedas de molino.
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martes, 2 de junio de 2009

El swing



Siempre me ha caído mejor el Madrid. El equipo de fútbol, me refiero. No sé por qué. O, quizás, un poco sí que lo sepa. Puede que haya algunos que, en estos asuntos, tiendan a identificarse con equipos que salen siempre a jugar como ganadores, para así compensar las carencias y las frustraciones que la vida les presenta. Puede que haya otros que tiendan más a considerarse como víctimas y que, dentro de la debilidad vital que supone el ser de un equipo de fútbol, no alberguen nunca esperanzas serias de salir de su situación de perdedores, que les baste con la compasión que generan las desgracias y que proyecten esa fatalidad en equipos segundones. Y, puede, por fin, que haya quienes les baste con identificarse con el pequeño equipo de su pequeña tierra, con el que desea alcanzar la pequeña gesta de ganar el partido del próximo domingo, aunque sea jugando en casa. En todo caso, yo creo que he estado siempre entre los del primer grupo.

Siempre tendí a identificarme con el Madrid, digo, pero ahora estoy redescubriendo el fútbol. Lo que antes era una mera forma de ganarle al adversario y así poder digerir mejor la ensalada de pimientos, ahora es más bien la ocasión de disfrutar con lo que tan certeramente califica el siempre certero Manuel Vicent como “el swing de la geometría”.

Es ésta una expresión redonda, sintética, concebida, sin duda, tras un tiempo de pensamiento fértil, culminado en un golpe agudo de intuición y cristalizado en una expresión simbólica y cabal de la realidad, que une toda la racionalidad de la geometría con el arte, el compás y el sentimiento vital del swing. Cualquiera que haya intentado bailar bien alguna vez entenderá, sin duda, lo que se quiere decir: cumplir con las normas del baile, pero hacerlo con gracia.

Habla Vicent en la entrega dominical de su visión del estado de la vida de que

Guardiola fue un futbolista sintético, que ahorraba tres jugadas con un solo pase (…) Este lance sólo lo consiguen los futbolistas que tienen el swing de la geometría en los pies.

Yo hubiese dicho que el swing lo tienen en la cabeza, para aclarar en seguida que un gran futbolista, como un gran hombre, se caracterizan sobre todo por tener cerca entre sí todos los órganos de su cuerpo. La cabeza cerca de los pies, en este caso, para decidir y responder con celeridad al reto urgente que supone el juego. En otros casos, tienen las manos cerca de la mente, o el corazón pegado al cerebro, para evitar que alguno de ellos decida por su cuenta sin contar con el otro.

Esa síntesis de elementos contrarios es la que ha logrado elaborar este año, y, además, destilando belleza y provocando alegría, el Barça. No veo yo a Florentino Pérez ejerciendo de maestro de la síntesis. Zubiri hablaba de la inteligencia sentiente y Daniel Goleman, de la inteligencia emocional, pero yo a este hombre lo veo más bien sólo como un usuario intenso de la inteligencia, como un experto de la estrategia y como un obseso del talonario. Y así, sólo conseguirá ganar partidos y dinero, pero no enamorar. Yo creo que le falta el swing.

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sábado, 21 de marzo de 2009

Limpiando la mesa / 6 / Vacío



Un gran fotógrafo, del que he puesto algunas fotografías en este blog, se preguntaba en una ocasión “¿No es precisamente el fotógrafo quien “escribe con la luz”?”. Sin duda que esto es así, pero también lo es que hay algunos escritores que fotografían la realidad con la palabra. Entre ellos destaca, en mi opinión, como un maestro Manuel Vicent. Porque no se trata sólo de ofrecer una visión certera de la realidad, de la visible y de la que se esconde tras la apariencia cotidiana, sino también de hacerlo con los juegos de lenguaje apropiados para que aparezca el arte.
Un ejemplo de los muchos que ofrece este escritor es el que aparecía en la última página de El País del domingo 22 de febrero de 2008. Lo pongo aquí para que goces con su lectura. Su título es “Vacío”.

Montó en el coche de 16 válvulas y primero se palpó los genitales para comprobar que seguían en su sitio, luego acarició el salpicadero para estimularlo como se hace con los caballos, estiró la yugular con un gesto de halcón, puso en marcha el motor y finalmente el tipo arrancó encabritado para convertir la máquina en un arma. Tumbó la aguja a 190 y enseguida montes, valles y sembrados se fundieron con su mente en el cristal del parabrisas. Le bastaba con impulsar un poco la suela del zapato y la máquina obedecía: a cada segundo se tragaba el horizonte con más voracidad. Podía aniquilar a su antojo el tiempo y el espacio, esos dos conceptos estúpidos de la creación; de hecho a 220 por hora el tipo comenzó a sentirse amo del vacío. En plena exaltación decidió hacer un alto en el camino y en cuanto entró en aquel bar de carretera su existencia volvió a llenarse de intrascendentes actos anodinos que pertenecen al resto de los mortales. Bostezó, se rascó una oreja y después de vaciar la vejiga sobre la raja de limón del urinario, escribió el número de su teléfono móvil en la puerta de uno de los retretes. Lo había hecho muchas veces en otros bares de carretera. Mientras tomaba una ración de queso contempló una vitrina repleta de mantecadas, tarros de miel y embutidos de la comarca. Dudó si comprar un chorizo. Ése fue el pensamiento más profundo que tuvo ese día. Miró el reloj. Volvió a montar en el coche, acarició el salpicadero y salió disparado. De nuevo el tiempo y el espacio se constriñeron en un punto, pero ahora el vacío no era distinto de la propia soledad. Si es cierto que un segundo antes de morir se concentra toda la vida en un solo pensamiento, a 220 por hora, antes de ver el camión que se le venía encima, el tipo pensó en el chorizo que estuvo a punto de comprar. Jamás supo si se había salvado del golpe mortal, aunque al llegar a su destino comprobó que los genitales seguían en su sitio. Vivía solo. Su número de teléfono anotado en todos los retretes del camino era su única conexión con el mundo, pero nunca nadie le había llamado. Una vez en casa, el tipo habló con el gato en la cocina y luego se cortó las uñas mirando por la ventana. Como les pasa a muchos, tal vez había muerto y lo ignoraba.
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miércoles, 21 de enero de 2009

Limpiando la mesa / 5 / El odio

Me quito de en medio El País del domingo 11 de enero de 2009, pero antes no puedo dejar pasar el artículo del maestro Manuel Vicent. Se titula El odio. Algunas de las ideas con que construye el artículo hay que pensarlas.

… Para saber lo vulnerable que se siente Israel, no hay más que ver con qué
extrema saña, pareja a la agonía, ataca a un pueblo hacinado en la miseria,
desesperado y prácticamente indefenso. …

Algunas veces he comprobado esto. Detrás de una aparente actitud de superioridad se esconde un profundo sentimiento de debilidad, de vulnerabilidad, de inferioridad. Y conviene estar fino de atención para no confundir una cosa con la otra. El que es verdaderamente superior no sobreactúa, ni necesita ir demostrándolo, ni abusa del más débil. Estas cosas son propias del que se siente angustiosamente inferior.

… el odio de los humillados es el arma de más largo alcance …

Un humillado ¿sabe distinguir el odio de la justicia? ¿Cómo, si no es con grandeza moral, se quita de encima el humillado la humillación sufrida? ¿Y si no hay grandeza moral? ¿Se puede olvidar la humillación? La gran tentación del humillado es dejarse llevar por el odio, que no le quitará de encima el sentimiento, pero que, al extenderlo, le ayudará a engañarse.

…uno no podría vivir hoy con una mínima dignidad si no denunciara este
exterminio perpetrado por los israelíes contra el pueblo palestino, aunque sólo
sea para no despreciarse ante el espejo al afeitarse …

Decía Terencio, en el siglo –II, en su comedia El enemigo de sí mismo, que

“Soy hombre. Nada humano me es ajeno”.

Es la expresión más breve y más rotunda de la solidaridad humana. Asunto cada vez más raro hoy porque no hay solidaridad sin dignidad y ésta anda en época de flaqueza.
… la matanza indiscriminada que Israel impone a la población civil de Gaza es
una catástrofe moral y callar, escurrir el bulto, buscar motivos para
justificarla no deja de ser una bajeza …
La vida a veces te pone delante un espejo para que te mires y para que veas cómo eres. Si no te miras al espejo es no sólo que no te gustas, sino que no tienes valor para ser como te gustaría ser. No te falla la razón. Te falla la voluntad.
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viernes, 2 de enero de 2009

Limpiando la mesa / 1 / Descargas


Tengo en la mesa algunos periódicos atrasados y estoy intentando quitarlos de aquí porque me tapan la pantalla de televisión. No es que quiera ver la televisión, sino que como esto siga así, no voy a poder entrar yo.

Uno de ellos es del domingo 23 de noviembre de 2008 y en la contraportada está el gran Manuel Vicent con una columna que se titula Descargas. Quiero entresacar sólo dos párrafos para ponerlos aquí, porque por cosas como estas merece la pena leer el periódico.


Conocer a fondo el alma humana, no sorprenderse de nada, estar de vuelta de todo, pero conservar siempre la virginidad en la mirada ante cualquier tragedia, villanía, heroísmo o golpe de fortuna que acontezca en la vida y contarlo como si sucediera por primera vez: ésta es, a mi juicio, una regla de oro para un escritor.

Cuando estés desesperado y ya no encuentres salida, piensa en algo bello, en algo noble y el mundo se volverá a iluminar.


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