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sábado, 11 de abril de 2020

Estelas en la mar contaminada. Generosidad sorda



El amor es el aire necesario de la vida humana. La vida humana gira a lo largo de toda su existencia en torno a varios ejes: la economía, la salud, la diversión o las creencias, pero quizá el principal de todos ellos sea el amor.

A los más cortos de miras se les hablará de amor y oirán sexo. Si, además, se les dice -con un punto de intención- que el amor hay que hacerlo, posiblemente entiendan que hay que follar, cuando lo que se les quiere decir es que el amor hay que fabricarlo, hay que construirlo y hay que ir creándolo día a día, momento a momento.

En qué consista el amor es un asunto muy serio que conviene tener, al menos, bien planteado. De lo contrario, expresiones como 'te quiero' no se entenderán del todo bien. (Cómo me gustaría que algún antiguo alumno -o alumna, claro- expresara aquí si le quedó algo de aquellas discusiones en clase sobre si el amor era un sentimiento o no. ¿Os acordáis?). 

En todo caso, uno de los ingredientes importantes del amor es el de la generosidad. El mundo creado por el maldito virus exige generosidad y veo dos tipos de ella. Uno, el de quienes ayudan en estas situaciones difíciles a los que lo necesitan: les hacen la compra, les ayudan, los animan, etc., pero hay otra generosidad más sorda, pero igual de importante, que consiste en no salir de casa por si uno, sin saberlo, es un contagiado asintomático y, por tanto, puede estar transmitiendo el virus sin ser consciente de ello ni quererlo. Esto es lo que no entienden o no quieren entender todos esos listos que se escapan por la noche al chalé, a la playa o a donde les plazca, sin tener en cuenta las posibles consecuencias de lo que están haciendo. Estos fugitivos ni son generosos, ni tienen idea del amor ni saben en qué consiste ser y actuar como un ser humano.