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viernes, 5 de febrero de 2016

Ana María Valderrama y Luis del Valle



Vivimos habitualmente una vida tediosa, rutinaria, en la que unos días son muy parecidos a los otros, pero el arte siempre está ahí. El arte es creación, es la aparición de lo bello, de lo diferente, de lo que te transporta a otro mundo, que está en este mundo, pero que es distinto a este mundo. Gracias a mi amiga Maricira he conocido a su hija, Ana Valderrama, una de las mejores violinistas de nuestro país, y a Luis del Valle, un pianista con una sensibilidad que le sobrepasa. Hoy les he escuchado a ambos en una pieza breve, pero han sido capaces de hacerme olvidar que vivía en el mundo en el que estaba y me han llevado al mundo de la belleza, del gozo, de la emoción. Me han llevado a donde han querido. Siempre le estaré agradecido a los artistas, a los músicos, a todos los que son capaces de crear y de llevarnos suavemente, gozosamente, al mundo de la cultura. 

lunes, 8 de octubre de 2012

Música




El de ayer fue un día muy agradable, en el que destacó con fuerza propia la música que escuché con un placer intenso y poco habitual. A pesar de que buena parte del centro de Madrid estaba cortado por una fiesta de la bicicleta, que desconocíamos que se celebrara en ese momento, pudimos llegar a la Fundación Juan March a tiempo de encontrar sitio en su Salón de Actos. Tenía lugar allí un recital de violín y piano a cargo, respectivamente, de Ana María Valderrama y de Luis del Valle. En el programa, obras de Debussy, Sarasate, Grieg y Saint-Saëns.

Ana María Valderrama ha ganado no hace mucho el Primer Premio y el Premio Especial del Público en el XI Concurso Internacional de Violín Pablo Sarasate y su programa de conciertos incluye Inglaterra, Alemania, Francia, Portugal, Rusia, Mexico y Colombia. Luis del Valle, por su parte, junto con su hermano Víctor, ganó el prestigioso ARD International Music Competition de Munich, en 2005, y tiene igualmente previstos conciertos en varias ciudades españolas y europeas.

El programa invitaba a la expresión lírica y al lucimiento, sobre todo, de la violinista. No voy a exponer aquí si, desde el punto de vista puramente musical, los intérpretes consiguieron sus objetivos, pero si quiero reseñar el síntoma de que al final del concierto varios ojos estaban húmedos, algunas voces estaban entrecortadas y una suave sonrisa se había instalado en muchos rostros. Sin duda que llegaron a establecer una comunicación profunda y emotiva con los espectadores.

Lo que vi ayer fue a un pianista lleno de sabiduría, de sensibilidad y de delicadeza junto a una violinista que me parece que tiene una mente prodigiosa, de la que sale una energía que pasa por su corazón y aparece por sus manos para sacarle al violín y a cada frase musical todos los secretos que pueda tener escondidos. El tópico es decir que tocan como los ángeles, que la música es cosa de los dioses o expresiones parecidas que terminan quitando valor a los propios músicos. A mí me pareció que lo de ayer era el fruto de muchas horas de trabajo, de estudio, de sacrificio, de ensayo, de constancia, de mucho talento y del dominio de la técnica necesaria para obtener un producto de calidad. En el escenario ayer había mucho mérito, pero también, y sobre todo, había música.

La música es mucho más que un conjunto de sonidos. La música es la recreación por el artista de una idea del compositor. Frente a las carencias, las frustraciones, las derrotas, las imperfecciones y las imposibilidades del mundo cotidiano, la música representa lo hecho, lo terminado, la idea convertida en realidad de un proyecto determinado en el que hay estructura, emoción, belleza, principio, fin y desarrollo. La música es un objeto creado con sentido por el compositor, que necesita siempre ser recreado por el artista. Pero, además de crear unos determinados sonidos, la música es capaz de crear también el estado mental del receptor de tales sonidos. En esto quizá la música supere al resto de las artes, en que tiene un enorme poder para penetrar en la mente del espectador, adueñarse de ella y ser capaz de trastocarle sus esquemas, obligándole a olvidar lo que le persigue y a sumergirse en sugerencias nuevas, en emociones vivas, en mundos muy distintos a los que le dominaban antes del concierto.

Esto fue lo que Ana María Valderrama y Luis del Valle lograron ayer en la Fundación Juan March. Un silencio ocupado sólo por la música, por el arte creativo de estos dos grandes y por las vivencias sin remedio que arrastraban a los espectadores, llenó el espacio. Las emociones, los ojos húmedos, los aplausos, el sobrecogimiento, el mundo nuevo que entraba por los oídos ocuparon ayer la sala de conciertos. Una amiga a la que encontré allí me resumió lo que le habían parecido los intérpretes: “Al pianista ya lo conocía y es muy bueno, pero la violinista es magnífica”. Fue un espléndido día.