Este fin de semana he estado con amigos
y amigas a los que quiero mucho y por quienes me siento muy querido.
A todos he intentado, con palabras, con abrazos o con mis manos,
transmitirles mis sentimientos y mis actitudes hacia ellos.
No he parado. Yo estoy físicamente
cansado desde el año dos mil, más o menos, jajajaja, pero no he
dormido demasiado. Sí he descansado psicológicamente, porque han
sido un montón de experiencias gratificantes, llenas de cariño, de
creatividad, de buena vida. Cuando encuentras cariño en personas de
las que lo esperas y de las que no, la vida se te abre como un camino
agradable por el que transitar con gusto, con placer. He ido
fugazmente a un magosto, al que me invitó un amigo a quien se lo
agradezco mucho. He estado con amigas que son como hermanas. Y hasta
he hecho un curso de cocina de setas.
Ha sido precisamente en este curso en
donde he podido vivir una experiencia intensa, sorprendente,
inesperada. El curso era en un restaurante de muchísima categoría
gastronómica, el Serrano, de Astorga. Al final de la sesión fui al
servicio, antes de abandonar el local, en donde habíamos comido y
bebido. Al volver, me abordó una de las participantes y me dijo que
si me podía hacer una pregunta. Lógicamente le contesté que sí.
'Es que me da un poco de corte', me dijo. Procuré que se sintiera
cómoda y que no se inhibiera a la hora de decirme lo que quisiera.
Yo no tenía ni idea de por dónde iba a ir, pero creo que hay que
hacer todo lo posible por comunicarse con los demás. Es lo lógico y
lo humano. 'Venga, dime', le dije. Y con una cierta timidez, me dice:
- ¿Tiene usted ascendientes chinos o japoneses?
Yo estaba en danza desde bien temprano.
Durante la mañana estuve visitando a personas a las que quería ver,
haciendo compras, comiendo en el propio restaurante un menú casi largo y casi estrecho, contestando mensajes, sin siesta, me fui al magosto, volví
-me trajo amablemente Carlos, un detalle-, me fui al curso de tres
horas y, al final, me preguntan que si soy de ascendencia china o
japonesa. Nunca me había ocurrido algo así. Me han confundido con
personas de todo tipo, me han dicho que tengo cara de profesor de
autoescuela, me han parado por la calle preguntándome si vendo
botones, me han dado besos creyendo que era el sobrino de la que me
besaba, pero preguntarme si era medio chino o medio japonés, nunca
me lo habían dicho.
Eran las diez de la noche y yo estaba
más para allá que para acá, así que no puede reaccionar más que
diciendo que no y preguntándole a la amable compañera que por qué
me decía eso.
- Es que tiene usted ojos orientales, me dijo.
Supuse que era del cansancio, que se me
cerrarían un poco los ojos por el cansancio y esta encantadora
compañera lo interpretó como que era un hijo del Oriente. Le dije
que no. No le especifiqué nada de que era andaluz, con un abuelo
cántabro y un bisabuelo gallego, porque no tenía ganas, pero me
quedé perplejo. Se lo conté a Yolanda y aún le queda la cosa del
chinito Manolín, o algo así.
La vida es una caja de sorpresas, pero
te las pierdes si te cierras mucho, si te quedas en casa o si no te
expones a que te digan que eres chino, a que te den un abrazo
rebosante de cariño, que te inviten a un magosto o que te regalen
una sonrisa, un beso o una mirada llena de amistad.
Buenas noches, o como se diga en chino,
para mi compañera de curso.