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jueves, 31 de enero de 2013

Lo que vi. Teatro: Yerma



Miércoles 30 de enero de 2013, a las 20:30 horas. Un grupo de amigos y amigas asistimos a contemplar Yerma, la gran obra teatral de Federico García Lorca, dirigida por Miguel Narros y con Silvia Marsó en el papel protagonista, en el teatro María Guerrero, en Madrid. El mismo día y a la misma hora se jugaba un partido de fútbol entre el Real Madrid y el Barcelona, un clásico del deporte y de la televisión.

Yerma es también un clásico del teatro, porque todo lo que versa sobre las profundidades de la vida del ser humano y las relata con belleza es un clásico dentro del mundo del arte.

La obra trata sobre un tema de constante actualidad, como es el de la realización de la mujer como mujer. Lorca propone un modelo de mujer como alguien que quiere amar y ser amada y que desea materializar ese amor a través fundamentalmente de la maternidad. Necesita el amor -y a un hijo que no llega- para que su existencia tenga sentido, para que la alegría que se desea pueda llegar a ser real y para que pueda sentir en su vida la ansiada felicidad. Pero, Juan, un marido impuesto por la familia, es incapaz tanto de amar como de hacer que Yerma pueda engendrar un hijo. El machismo de Juan es duro, brusco, profundo. No quiere que Yerma salga a la calle, no quiere que hable con nadie, no quiere que la vida de su esposa sea humana y le echa en cara el terrible 'qué dirán' de los pueblos atrasados y rancios. Un panorama terrible para cualquier mujer, especialmente si sus deseos carecen de esperanza.

Yerma está en las peores condiciones posibles para sobrellevar su existencia, porque es consciente de lo que le ocurre y, además, vive intensamente las amargas emociones que le produce su conciencia. Ha pensado sobre su situación y lo ha hecho vitalmente, yéndole en ello la vida. Ya lo dijo con claridad J.P. Sartre: 'Lo peor es haber pensado'. La conciencia producida por el pensamiento es lo único que nos permite el disfrute de lo que nos ocurre, pero también la vivencia de la tragedia cuando la realidad se torna adversa y cuando la realización personal se convierte en frustración. Por eso Yerma va con su Yo -con Y de Yerma- a cuestas, como una cruz, esperando inútilmente que la realidad sea más justa con ella.

Lorca escribió esta obra en 1934, en el contexto histórico y social propio de la época, y la situó en un ambiente rural, en el que la función social esperable de la mujer pasaba por la maternidad y, también, por el amor, pero con el peso enorme de la opinión social determinando la conducta y la vida. Con esos condicionantes concibió una Yerma que revelaba perfectamente las aspiraciones vitales de una mujer del momento. Pero si quisiéramos describir a una Yerma más actual, seguramente le tendríamos que atribuir unas aspiraciones algo diferentes, porque el amor, irrenunciable en todo ser humano, hoy se tendría que concretar en otros aspectos, además del de la maternidad. Es posible que hoy Yerma fuera más sensible a las igualdades, a la superación de las diferencias de género, a la vivencia plena de las libertades y a la eliminación de las discriminaciones.

La puesta en escena de la obra es peculiar. Miguel Narros, el director, parece haber optado por potenciar el texto, la frialdad del mensaje dirigido a la razón, en detrimento de las emociones que las situaciones que viven los personajes pudieran provocar en el espectador. En mi opinión, este puede ser el sentido de la forma de dicción que siguen los personajes, especialmente Yerma, que habla siempre con un volumen alto de voz, como lanzando al aire sus palabras, como intentando dotar de claridad a la vivencia que muestra, para ayudar así, no tanto al sentimiento, sino a la comprensión.

Los decorados son sencillos, pero eficaces, lluvia en el escenario incluida. Las luces y la música de Enrique Morente, interpretada por él mismo y, en directo, por su hija Soleá, perfilan bien el ambiente de la Andalucía rural en el que la obra se desarrolla.

Tras algo menos de dos horas de función, salimos del teatro con el mensaje lorquiano y feminista en la cabeza. Muchos de los hombres y muchas de las mujeres que estaban aún delante del televisor tenían su Yo convertido en Ego, con una E de euro en forma de yugo vertical. Nuestro mundo, por desgracia, necesita huir de la conciencia y refugiarse en divertimentos, aunque con ello convierta a las personas en entes que están sin ser. Hay muchas mujeres que no quieren ser la rebelde Yerma y, en cambio, muchos hombres que quieren ser el machista Juan. Este machismo ejercido, soportado o asumido es el que hace que Yerma siga trágicamente vigente hoy.