Le fue yendo mal en la vida.
Ni sus necesidades ni sus deseos alcanzaron satisfacción.
Optó por echarle la culpa a los otros, liberándose a sí mismo de cualquier responsabilidad.
Alguien le avisó de que su actitud no era del todo sensata y de que se estaba convirtiendo en un resentido, pero no le hizo caso.
El mundo y especialmente los poderosos eran los culpables de todos sus males, así que decidió ir contra el mundo y contra quienes detentaran algún tipo de poder.
Él no era otra cosa que una víctima, un sufridor de la vida que no admitía la menor crítica, porque ello supondría una injusticia añadida.
El sufrimiento le había convertido en el poseedor de toda la verdad.
Jamás se preguntó si su actitud había sido siempre la idónea, la conveniente, la acertada.
Partía de que él siempre había hecho lo correcto, casi podría decir que era el único que había obrado siempre bien.
Las voces que le llamaban resentido aumentaban, pero él no las tomaba en consideración.
Como nada es eterno en este mundo, esas voces críticas cesaron, y él se quedó solo.
Ni siquiera ya le criticaban.
Buenos días.
