El problema fundamental de la vida es un problema ético.
¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano?
¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Las
rutinas son las mejores cómplices del asesinato de la vida. La
tranquilidad, la seguridad, las costumbres y el cansancio piden casi
siempre un refugio en el que la existencia cotidiana no contenga esas
dosis, a veces, insufribles de intensidad, de creación a cada
momento de la vida, de apertura a lo nuevo, a lo que nos va a hacer
crecer al precio de querer crecer. Ese refugio es el de las rutinas.
Con ellas la vida se repite a sí misma una y otra vez, como si el
modelo fuera el único posible y, sin haberlo elegido más que un
día, el mejor. Llega un momento en el que puede que un espejo
aparezca en tu vida y se sitúe justamente delante de ti. Hay espejos
en forma de personas, de situaciones, de sueños, de pesadillas, de
poemas, de novelas o de hartazgo. Las rutinas, entonces, reciben un
golpe bajo y uno se siente abrazado por la libertad de manera tan
fuerte que parece que se nos rompe la vida. Son momentos esos de ser
o no ser, de parar o de seguir, de morir o de vivir. Son momentos de
elegir.
Vivir es hacer cosas, no simplemente
estar en el mundo, pero hay que saber parar, porque si no, nos
cansamos y perdemos el sentido, el para qué de lo que estamos
haciendo.
Si lees y no paras, no digieres lo que estás leyendo.