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miércoles, 4 de octubre de 2023

La reunión, en Astorga

 

La cultura de un pueblo es la forma que tienen sus habitantes de entender y vivir la vida, los valores que ponen en práctica y la forma que tienen de relacionarse entre sí. La cultura se manifiesta en muchos aspectos concretos. La gastronomía que se practica tanto en los hogares como en los establecimientos públicos es uno de ellos. Suelo buscar esos detalles allá por donde voy, y si encuentro algo digno de ser difundido, lo cuento. Es lo que me ha ocurrido con el bar restaurante La reunión, de Astorga. Esto es lo que he observado.




Ha aparecido en Astorga un nuevo lugar de vinos y comidas, en donde estaba el bien recordado bar De Blas, en la calle San José de Mayo. Se llama La reunión y está atendido por Gonzalo Mencía y Érica Barbosa. Su principal característica es que es un bar y restaurante bueno, muy bueno.

En La reunión nada se rige por ningún “todo vale”. Allí solo vale lo que está bien hecho, con cuidado y con calidad. Detrás de cada uno de los muchos vinos que se ofrecen hay una selección de lo más adecuado de cada zona vinícola, y detrás de cada plato, una búsqueda exhaustiva de los mejores ingredientes, una enorme sabiduría culinaria y un cuidado amoroso en su elaboración, que es lo propio de quienes no se conforman con hacer algo, sino que quieren hacerlo bien.

En la carta, los embutidos, particularmente las cecinas, son de una calidad extraordinaria, fruto de una exploración del mercado, que solo cesó cuando encontraron lo que querían, a veces, bastante lejos. Destaca la riquísima cecina de cebón, un manjar poco conocido y difícil de encontrar.




Hay unos cigarrines de pasta fina con diversos rellenos, bien pensados y bien fritos. Se acompañan con una rica mayonesa peculiar. Hay en la carta de La reunión dos o tres platos de fritos, pero siempre aparecen con el color adecuado, sin ese tono marrón oscuro de cuando se fríe a más de 120º y que revela la existencia de la peligrosa acrilamida. El aceite lo cambian con frecuencia, lo cual es siempre digno de reconocimiento.




Hacen también un guacamole, acompañado de totopos para degustarlo con ellos, que acumula elogios entre quienes lo prueban. Las empanadas, por ejemplo, de merluza, puerros y setas, o de atún con parrochas, llevan una finísima masa hecha a la manera gallega. Las ofrecen los fines de semana o por encargo. Hay que probarlas todas.

Pero quizás la estrella de la carta sean las croquetas de jamón. Hay grandes cocineros que tienen las croquetas como uno de los criterios para calificar la cocina de un bar. Estoy seguro de que las de La reunión superarían con nota la prueba más exigente. Se necesitan dos días para elaborarlas y aparecen en la mesa crujientes y con buen color por fuera, deliciosamente cremosas por dentro y plenas de sabor. Casi ruego a quienes las prueben que las coman despacio, con la mente concentrada en la textura y en el gusto, y dispuestos a no perderse nada de lo que encierra una simple croqueta.




Disponen de dos tartares, uno de carne y otro de atún. Probamos este último y estaba muy rico. Era un atún de calidad, con un aliño que no entorpecía, sino que favorecía el sabor del pescado. Un plato muy sano y gustoso.

De la cocina se encarga Érica, meticulosa y sabia cocinera y experimentada sumiller, y de la barra y de la sala Gonzalo. La atención es excelente, al ritmo que imponen los asistentes y con la atención que merecen en un lugar en donde prima la calidad. Hay vinos de casi todas las regiones, servidos a buena temperatura y en copas apropiadas. El local no es muy grande, pero una posible espera merece la pena con creces. Los precios no son altos, ni mucho menos. Sin duda, La reunión es un lugar para disfrutar.




sábado, 23 de agosto de 2008

Más madera / 3

En El Sosiego venden buen jamón y muy bien cortado. Seguramente el ritmo del corte del jamón que imprime el cortador, Carlos, es el que da nombre al establecimiento. Pero hay otro bar y cafetería, también en La Isla de San Fernando, en el que el intelectual que diseñó el nombre o el intelectual que lo plasmó en el toldo, alguno de los dos, se dejó llevar por el oído en lugar de por la cabeza y le salió lo que le salió. He aquí la muestra.


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Con lo cual, el inicial sosiego, la gustosa tranquilidad, quedó extrañamente trucado en una especie de insulto: ¡Sociego!, que quizás sea ¡So ciego!, es decir, ¡pedazo de ciego!, o algo así. Es la inevitable evolución del lenguaje.

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