Cualquiera puede observar que los
ciudadanos chinos, como si fueran parte de alguna divinidad, están por todas
partes. Tienen la, en principio, loable habilidad de ofrecernos
productos que necesitamos, pero a unas horas en las que es
prácticamente imposible encontrarlos en ningún otro sitio que no sea en
sus bazares o, incluso, por la calle. Si te sobreviene un chaparrón
por la calle, es muy posible que aparezca un chino o una china
ofreciéndote un paraguas barato. Y si tienes sed en un día de
verano y no hay bares cercanos, más de un chino te ofrecerá agua,
cerveza o algún refresco allí donde te encuentres.
Estaba yo días pasados en Madrid, en
los alrededores del Templo de Debod. Hacía calor y había bastante
gente esperando la puesta del Sol. Y bastantes chinos, también,
ofreciendo algo para beber. Me llamó la atención uno de ellos. Sólo
ofrecía cerveza en latas. Debía de ser de los llamados de primera
generación, porque la erre no la pronunciaba, sino que prescindía
directamente de ella. Además, debió de ser instruido por algún
sudamericano o, quizás, por algún andaluz en cuanto al sonido
propio de la ce y de la zeta, que él hacía sonar como eses. Con
ello, pregonaba lo que vendía no gritando “cerveza”, sino
“sevesa”, lo cual, lógicamente, se entendía por todos como que allí
había un chino que proclamaba a los cuatro vientos, con cara de
aburrimiento y de cansancio: “se besa”, “se besa”.
Posiblemente no sabía lo que decía, pero el espectáculo era
curioso.
Buenas noches.