Estamos de viaje. Estamos todos de viaje desde que nacemos.
Hay dos destinos que son ineludibles.
Uno es el otro, los otros, el resto de personas que nos acompañan en este viaje por la vida en este planeta.
Deberíamos saber todos que lo que pretenden quienes tienen el poder económico es que el viaje lo hagamos de manera individualista. o sea, sin tener en cuenta a los otros ni al planeta en el que vivimos. Ellos, los ricos y quienes se creen que lo son, necesitan gente que no mire las consecuencias de lo que dice ni de lo que hace, que esté preocupada solo por tener trabajo y tener dinero, que no proteste por nada, ni por las condiciones en las que vive ni por lo que necesite, aunque esto sea un médico.
A los ricos de hoy, y a quienes se creen que lo son, el neoliberalismo imperante los ha aislado, los ha embrutecido y los ha deshumanizado. Y al resto, además, los ha dormido.
Del otro destino, muchos no quieren ni oír hablar. Es el destino final: la muerte. A lo sumo, los más miedosos y los menos dados a entender lo que ven se preocupan por el más allá, pero pocos miran al más acá. Cada vez hay más gente que, en su sueño, cree que hemos venido a este mundo a tragar lo que haya que tragar, a aguantar lo que haya que aguantar, a huir de lo complicado y de lo difícil, y a divertirse. Sobre todo, a divertirse. Lo de la muerte, uf, ya llegará.
Y sin embargo, nos vamos a morir todos. Todos y todas. Tener presente que nos vamos a morir sirve para darnos cuenta de que la vida no es infinita, que se acaba. La conciencia de que se va a morir le impulsa a la persona, si es que todavía puede darse cuenta de ello, a llenar de vida su futuro. El futuro es cada día, cada situación, cada momento.
El mundo está lleno de muertos en vida que no saben que lo están. Se limitan a hacer ruido, muchos y diversos ruidos, para olvidarse de que tienen miedo a vivir.