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domingo, 27 de septiembre de 2020

Las Pandoras de la pandemia


 Muy interesante el artículo de Siri Hustvedt, premio Princesa de Asturias de las Letras en 2019, titulado Las Pandoras de la pandemia. Puedes leerlo aquí.

lunes, 20 de julio de 2020

Rebrotes y educación



Comienzan los temidos (no sé si por todos) y esperados rebrotes del Covid-19. Según datos del Ministerio de Sanidad, un 15% de los casos aparecen entre temporeros que recogen la fruta, una actividad que se considera inevitable y que tiene difícil solución, como no sea la de no comer fruta y arruinar los campos. Más de la mitad de los rebrotes aparecen en fiestas familiares y en actividades de ocio nocturno, como botellones masivos, fiestas descontroladas en lugares cerrados, etc.

Si todos usáramos las mascarillas, mantuviéramos la distancia de seguridad y nos laváramos las manos con frecuencia, la enfermedad quedaría pronto controlada, pero no es esto lo que ocurre. ¿Por qué no ocurre?

En mi opinión, en el fondo de esta respuesta incívica hay un problema de educación que ya viene de hace bastantes años. Una persona educada es la que cumple las normas convenientes para que las personas vivan como seres humanos y para que la sociedad sea cada vez mejor.

Educar a una persona consiste no en decirle solo lo que tiene que hacer, sino en argumentárselo con claridad y en procurar desde pequeño que lo haga, para que adquiera el hábito, la costumbre de actuar bien. Esto solo se puede hacer en casa, en la familia, y empleando en ello tiempo y ganas.

Solo puede educar una persona educada, pero desde hace algunas generaciones esto no ocurre. Yo lo he vivido directamente en las aulas y, sobre todo, fuera de ellas. Sé que hay personas educadísimas y llenas de valores humanos, pero sé también que hay otras muchas en las que esto no ocurre.

¿Cómo vamos a esperar que cumplan las normas para prevenir la enfermedad personas que no escuchan, que insultan en lugar de razonar, que no admiten jamás que deben cumplir algo que no les apetece y que incitan a los demás a que hagan lo que les dé la gana? ¿Por qué nos encontramos con padres y abuelos que funcionan así? ¿Cómo vamos a esperar que sus hijos salgan preparados para vivir en una sociedad democrática y civilizada?

El problema de la Covid-19 tiene, como casi todo, un fuerte componente de educación. Mientras no se aborde en serio esto, los desastres triunfarán entre nosotros.

miércoles, 17 de junio de 2020

El Covid-19 y la educación



Lo he pasado mal, como me imagino que casi todo el mundo, con este virus invasor que nos ha quitado la paz y nos ha cambiado la vida cotidiana. Parece que la crueldad de sus efectos va reduciéndose, pero aún estamos en momentos de no bajar la guardia, de ser muy prudentes y de evitar cualquier rebrote que sería física, mental, social y económicamente trágico.

En lo que a mí respecta, lo he pasado mal porque soy de los que tengo algún factor de riesgo que podría agravar los efectos de una eventual infección. Por eso, desde el primer momento, agradecí a quienes estaban intentando, de la mejor manera que sabían, vencer una enfermedad desconocida, imprevista y pavorosa. El personal sanitario ha dado -y lo sigue dando- lo mejor de sí, al igual que todos los trabajadores de servicios y, en mi opinión, el gobierno de la nación, con sus errores y sus aciertos, pero con su innegable buena intención. No puedo decir lo mismo ni agradecer nada a quienes -instituciones e individuos- atesoraban como única misión la de poner palos en la rueda de quienes tenían la responsabilidad de procurar salvarnos. No voy a perder tiempo en hablar de ellos, salvo para decir que nunca olvidaré el detalle.

No sé si seré algo iluso al afirmar que es posible que el Covid-19 haya tenido un aspecto positivo. Me refiero a que ha logrado que hijos y padres hayan tenido que convivir en casa mucho más tiempo del que habitualmente lo hacen. Me pregunto si los padres habrán aprovechado ese tiempo extra de convivencia para educar a sus hijos o si, por el contrario, habrán optado por pasar el rato de manera agradable, a la espera de que una normalidad, la que fuere, se apoderara de nosotros.

Ignoro lo que cada cual habrá hecho, pero solo he oído hablar del arduo teletrabajo de los profesores que, a través del ordenador, intentaban hacer algo parecido a lo que hacían en clase. Y que los padres y madres intentaban ayudar a que salieran bien las raíces cuadradas y los problemas de todo tipo. O sea, que participaban como podían en la instrucción de sus hijos y procuraban que sacaran buenas notas. Sin embargo, la instrucción no es la educación. Este es un gravísimo error que, en mi opinión, venimos arrastrando desde hace ya demasiados años.

Educar a un hijo no es lograr que sepa hacer raíces cuadradas ni que logre situar bien en el mapa los Picos de Europa. Educar es intentar que razone sobre los valores que merece la pena poner en práctica en la vida, las normas que se deben cumplir y las costumbres que conviene adoptar para hacer que la estancia en este mundo sea la mejor posible para todos. Se trata de razonar, de obtener un criterio racional compartible y argumentable, no de obligar ni de imponer, porque si se obliga y se impone, lo que se suele obtener es o bien autómatas obedientes, pero sin un criterio justificado, o bien seres hartos de no pintar nada, que huyen de lo que se les dice y se refugian en el polo opuesto al deseado. El único método humano de educar a seres humanos es el de razonar en común, sin que nadie se acostumbre a guiarse sólo por sus intereses, sus caprichos o sus ocurrencias. 

Espero que no se deduzca de aquí que haya que hacer tesis doctorales para educar a un hijo. Ni mucho menos. Se trata más bien de mantener, aparte de una buena voluntad, una actitud racional, que muchas veces se materializa en la búsqueda en común de argumentos que les sean útiles tanto a quienes son educados como a los que educan. 

Conozco a muchas personas con poca instrucción, pero con una buena educación, a quienes, por ejemplo, nunca los acostumbraron a satisfacer a toda costa sus caprichos, a imponer a los demás sus opiniones ni a obligar a nadie a dejar de ser libre. Fueron educados por unos padres que, además de buena voluntad, sentían que eran uno más en un mundo que era de todos, aunque siempre hubiera quienes por razones sociales o económicas no se sintieran parte de ese mundo, sino de otro demasiado exclusivo. 

Y conozco también a muchas personas muy instruidas, pero mal educadas, que tienen aspecto de seres humanos, pero que no actúan como tales, sino como pequeños dictadores o grandes creídos que se sienten superiores a los demás. Estos serán probablemente incapaces de educar humanamente a nadie porque carecen de la actitud necesaria para educar a alguien.

Y están también los despistados, los tibios, los que dicen que los hijos se educan solos, los que no se enteran ni de qué va la instrucción ni la educación, ni les importa ni tienen conciencia de lo que significa ser padre y ser hijo. Tienen hijos porque los tiene todo el mundo, les dan de comer y los visten porque entienden que es su obligación y los llevan a una escuela -si es de pago, mejor, así se quedan más tranquilos- porque creen ingenuamente que en ella los van a educar. Ahora, sin escuela, no sé qué estarán haciendo.