Ana Pérez Cañamares cuenta este breve, pero intenso, relato del sufrimiento de muchas mujeres en las que, junto al mundo en el que viven con todos, surge otro mundo, que se ven obligadas a vivir en la intimidad y del que hay que ayudar a que salgan.
Hay que condenar rotundamente la conducta de estos seres irrespetuosos que manejan a las mujeres a su gusto y que causan un daño enorme, con tal de obtener su propio placer. No basta con lamentarse con las víctimas: hay que denunciar a los machistas. Y hay que reeducarlos.
"La primera vez que me tocaron contra mi voluntad debía de tener nueve o diez años. Iba en el metro, con mi madre, en un vagón lleno. En un momento dado noté que alguien me tocaba el culo y las piernas, mientras me levantaba la falda. Recuerdo que no dije nada, ni una palabra. Me quedé tiesa como un palo, inundada por sentimientos de miedo y culpa (¿me estarían tocando por aquella falda que me había cosido mi madre, era demasiado corta o transparente, qué había hecho yo para que aquello sucediera, qué me haría aquel tipo si yo osaba delatarlo?). Recuerdo que me obsesionó la idea de que mi madre no se enterara para que no me regañara o para protegerla de no sabía muy bien qué. Así que aguanté callada mientras me manoseaban, hasta que bajamos del vagón. Y ni siquiera entonces pude decir nada. Mi madre nunca se enteró
Cuento esto porque he visto en el telediario que a la chica violada por La Manada, el abogado le ha preguntado si intentó zafarse. Cinco maromos curtidos en gimnasio te empujan a un portal y tú tienes que intentar zafarte para que te crean. Tienes que ser una mártir, tienes que vencer tu miedo a que te apaleen, tienes que defenderte aunque temas por tu vida, aunque estés en shock y no puedas ni moverte ni gritar. Y por si eso fuera poco, se ha admitido como prueba el informe de un detective sobre la actividad de la chica los días posteriores. Si fue a comprar el pan normalmente, si sonrió, si te tomó una caña con las amigas.Si intentó seguir con su vida en vez de ceder al llanto o pensar en suicidarse o qué sé yo.
Y recuerdo mi silencio en el vagón y el silencio de después. Como seguí hablando y sonriendo a mi madre a pesar de sentirme sucia, asqueada.
Y por aquella niña de nueve o diez años, y por la chica violada, ahora tiemblo de rabia. Miserables ellos. Miserable esta sociedad que no se espanta, sino que lo consiente y lo ampara."