Es posible que fuera expectación o,
quizá, una sana ansiedad por conocer el contenido de Beatricia,
una obra de la que Mariaje López, su autora, había
adelantado unos prometedores retazos en las redes sociales. El caso
es que, media hora antes de que empezara el acto de presentación de
la novela, la autora ya estaba firmando ejemplares en la sala
polivalente de la Biblioteca Eugenio Trías, de Madrid, que terminó
absolutamente llena de asistentes. En todos ellos se detectaba una
especie de tenso deseo de ver y oír lo que ocurriría en un acto que
tenía visos de resultar muy sugestivo.
Miguel
Ángel de Rus, el editor, situó pronto el libro en el
terreno de las emociones. Arancha Merino explicó luego
la función fundamental que éstas juegan en la vida del ser humano y
la importancia de gestionarlas bien, si es que queremos encontrar
respuestas satisfactorias a asuntos tan relevantes como la búsqueda
de un sentido para la vida, la superación del vacío existencial en
el que a veces nos encontramos o la liberación de una vida ingrata a
la que puede que nos sintamos condenados. Se trata de aprender a
buscar las reacciones ante estas adversidades vitales, lo cual exige
un grado suficiente de autoconocimiento. De esta manera se podrá
conseguir una vida en la que estén presentes dosis suficientes de
satisfacción personal y de ganas de vivir.
En este marco es en el que se sitúa
Beatricia. Me parece que su planteamiento y sus
consecuencias son no sólo útiles para cualquier ciudadano de
nuestro mundo, sino que responden a una consideración actual de lo
humano. Lejos queda ya la visión aristotélica del ser humano como
un animal fundamentalmente racional. Por muy amplia que fuera su
visión de la racionalidad humana, los sentimientos, las emociones y
las pasiones quedaban fuera de ella. Quizá fuera el filósofo
español Xavier Zubiri el primero que intentó dar una visión
unitaria del hombre con su teoría de la inteligencia sentiente. Hoy
se entiende al ser humano como el poseedor de una mente en la que el
pensamiento racional y las emociones interactúan entre sí y dan
lugar a nuestros actos mentales y, también, a nuestra conducta.
La segunda parte de la presentación
estuvo a cargo de la actriz Cristina Benavent, que escenificó
magníficamente el Prefacio del libro, dedicado a David Bowie,
acompañada por el también actor y músico Yeyo Bayeyo, quien
a lo largo del acto acompañó a los asistentes con la música de su
piano.
El libro de Mariaje López habla
de nuestras emociones desde la experiencia vital de una chica
adolescente, Liena, su protagonista, que se enfrenta a su
insatisfactorio mundo en busca de su libertad. Beatricia
es una ciudad. Su nombre significa “la que proporciona alegría”.
Beatricia, sin embargo no es una meta, sino la
consumación de una etapa que permita luego volver al mundo anterior
con una visión nueva.
La novela está impregnada de
imaginación, de fantasía y de creatividad, cualidades que su autora
domina a la perfección, pero la fantasía que se muestra en la obra
no nos sitúa en ningún mundo ajeno a nuestra experiencia vital,
sino que está anclada en la realidad más cotidiana. Como la propia
Mariaje López reconocía en la presentación, se trata de una
realidad vestida de fantasía. El libro es un ejemplo de una actitud
mental de la autora que considero muy recomendable para cualquier
persona que viva en el mundo de hoy: la de intentar comprender a los
otros. Esa noble tarea tiene que empezar por intentar comprenderse a
uno mismo como ser humano, tarea difícil y, probablemente,
inacabable. Pero si uno quiere crecer como ser humano y desarrollar
sus múltiples capacidades humanas, tiene que acudir al conocimiento
de uno mismo y de los otros, a la comprensión de su realidad
personal, social y vital, para así comprender la de los demás. Una
de las formas más útiles de lograrlo es la de la escritura, porque
en el silencio del papel en blanco y en la actividad mental que
supone escribir en él algo válido, aparece con más fuerza, con
mayor intensidad, lo que significa la vida, no la de uno ni la de
otro, sino la vida. Sólo se ama lo que se conoce. Sólo se comprende
lo que se conoce. Por eso es tan vitalmente importante el conocer.
Beatricia nos ayuda a ello.
El libro, de contenido tan interesante
y tan útil como he intentado exponer, está escrito con una
pulcritud y una claridad dignas de ser resaltadas. Si lo tienes entre
tus manos, te sugiero que leas, al menos algunos trozos, en voz alta.
Léeselo así a alguien a quien quieras y pide también que te lo
lean a ti, pero hacedlo despacio, dejándoos llevar por el lenguaje,
como saboreando las sílabas y las palabras. Así se podrá gozar
mejor de la musicalidad del lenguaje que usa Mariaje López. A
mí me recuerda en esto un poco a los modernistas de principios del
siglo XX y, sobre todo, a Valle-Inclán. La belleza que surge
del arte de la autora para marcar un ritmo feliz con los acentos o
con la distribución acompasada de letras tan sonoras como las erres
o las eses no hay que dejarla pasar por alto. Posiblemente Beatricia
sea un libro que genere paz en le lector, pero no sólo por su
contenido, sino también por su mera lectura. Un lujo, hoy.