La
pregunta que no debe dejar de hacerse un ser humano nunca, desde el
principio hasta el final, es, precisamente, en qué consiste ser un
ser humano. El riesgo de no hacérsela es llegar a un estado en el
que la vida se vuelve vacía, hay que recurrir a la diversión para
sentirse vivo, al ejercicio del poder, aunque sea poco, para creerse
estúpidamente que uno es alguien o a la esclavitud de obtener dinero
como sea para sentirse superior. O a cualquier otra huida que termina
afectando a la salud y a los demás.
Somos
un tipo de animal más, un tanto peculiar, sí, pero animal, al fin y
al cabo. ¿Alguien ha visto algún animal que renuncie a usar alguna
de sus capacidades? Por ejemplo, que teniendo cuatro patas sanas solo
use tres de ellas, o que pudiendo usar el rabo para comunicarse con
los demás, renuncie a hacerlo. No. El animal usa todo lo que posee
para poder ser lo que es y poder vivir más cómodamente.
Pues
el ser humano, el animal humano, sí es capaz de renunciar a una de
sus mayores capacidades: la de razonar. Como ocurre con todas las
capacidades humanas, hay que aprender a usarlas, porque nacemos en un
estado de casi completa inutilidad. Y el ser humano, si quiere
desarrollarse como tal y llegar a ser un verdadero ser humano, debe
aprender a usar la razón, a razonar, a argumentar, a prever las
consecuencias de los actos que pretende realizar, a ser coherente, a
saber mirar de manera amplia la realidad, a no decir ni hacer
disparates. Si no lo hace, renuncia a su humanidad, a lo que es, y
queda reducido a la condición de animal; raro, pero animal.
Esto
me gustaría decírselo a todos los trumps del mundo, pero te
lo digo a ti, por si te sirve. Y me lo digo y me lo pregunto yo cada
día: ¿en qué consiste ser un ser humano?