Caza medieval: la mujer del centro dispara con un arco y una flecha, la dama de la izquierda utiliza una vara para conducir la caza hacia la cazadora. Representación de 'Diana cazadora': miniatura de la Epístola de Othea de Christine de Pisan. Imagen tomada de Wikipedia.
Desde hace tiempo la igualdad es como
una flor que quiere abrir sus pétalos en mi mente como reflejo de lo
que observo en el mundo, pero a la que le resulta difícil hacerlo.
Este mundo en el que estamos no me parece tan bueno como para pensar
que es la obra de unos seres sabios, generosos, que hayan aplicado
grandes valores en su construcción y de quienes pueda esperarse una
mejora paulatina y constante. Al contrario, lo que me salta a la
vista es, más bien, una degradación creciente, una pérdida de
valores humanos, un predominio del dinero como único criterio de
actuación y, lo que más me duele, un trato cada vez peor a los que
los poderes económicos y sus súbditos consideran diferentes: los
pobres, los emigrantes, los enfermos, los mayores, los niños y las
mujeres. Si algo crece en este mundo es la desigualdad, las
desigualdades.
En el momento en el que escribo estas
líneas, las mujeres constituyen el 49,5 % de la población mundial,
pero a buena parte de ellas, el 50,5 % restante, en el que sobresale
una ideología patriarcal y machista, las maltrata, las relega a
puestos secundarios, oculta sus virtudes, las explota y, si lo
considera necesario, las asesina.
Podría escribir de lo mal que está
todo, incluso de lo peor que parece que va a estar, pero eso sería
seguramente caer en el nefasto campo de lo abstracto, en donde
priman los conceptos vacíos puestos al servicio de una ideología
interesada. Yo prefiero referirme a asuntos concretos, en
donde el cuerpo, la mente, las circunstancias vitales y las
consecuencias de los actos sean el objetivo de las palabras.
Por eso escribo y voy a escribir sobre
las mujeres, porque me parece el colectivo más amplio, más
sufriente y más necesitado de ayuda de todos los existentes. Quiero
hablar de lo que les pasa, de por qué les pasa y de lo que debería
ocurrir para que no les pasara. Quiero ayudar a conocer la vida
concreta de las mujeres para valorarlas, no solo a los ojos de las
propias mujeres, sino también de los hombres machistas.
El marco de la acción en este campo
debe ser el de la educación. Para mejorar sus vidas hay que educar a
las mujeres, haciéndolas conscientes de su valor como seres humanos,
como personas, de sus derechos, de sus capacidades no inferiores a
las de nadie, de sus oportunidades y de la igualdad que deben
entender y practicar en sus vidas cotidianas. Pero también hay que
educar a los hombres en el respeto a las mujeres, en el rechazo de
las injusticias interesadas generadas por el machismo, en la
necesidad de hacer de la igualdad de derechos y de oportunidades el
gran valor en sus relaciones con ellas.
El gran reto del mundo actual, del que
me parece que pocos son conscientes, es que se necesita la creación
de un ser humano nuevo, que sea consciente de lo que significa su
humanidad, que sitúe los valores constructivos, como el respeto, la
igualdad, la libertad y la solidaridad en el centro de sus mentes y
de sus acciones, y que rechacen la tosquedad y la brutalidad que
resultan de poner el dinero como único objetivo a conseguir por el
medio que sea.
Para poner un granito de arena en este
intento, me parece que lo mejor es colaborar en que las mujeres tomen
conciencia de lo que les pasa y de lo que tienen en sus manos, de lo
que pueden llegar a ser -todo- y de todo lo que el machismo ha
ocultado para que la mujer siga creyendo que es un ser dependiente,
subalterno e inferior.