Es evidente que hay un problema, pero el problema no está en las tetas de Amaral, ni en las tetas de Rocío Sanz, ni en las tetas de Rigoberta Bandini, ni en las tetas de Zahara, ni en las tetas de Bebe, ni en las tetas exhibidas de nadie ni en el cuerpo expuesto desnudo de nadie.
El problema real y alarmante está en la mirada sucia, machista, sexista, inquisitorial, maleducada, medieval, degenerada por ideas oscuras, ajena a lo humano, torva, siniestra, triste, infeliz y perversa de quienes, estando reprimidos, quieren reprimir a todos los demás proyectando sobre ellos sus deformaciones. Es la mirada del fascista, que no tolera que los otros sean libres, sobre todo, las mujeres, y al que le han dicho que para imponer el poder sobre los demás, hay que mantenerlos sin recursos, sin ideales y sin libertades.
Por eso, que una mujer enseñe las tetas en público es para ellos una peligrosa provocación, porque puede despertar la alegría de la libertad entre los ciudadanos y echar por tierra sus proyectos de imposición de esclavitudes que mantengan al pueblo sojuzgado.
Enseñar las tetas en público es un ejercicio de libertad, de autonomía, de puesta en práctica de derechos propios, de igualdad, de sentirse un miembro sano más de la naturaleza y una persona que quiere que la cultura de la libertad esté presente en su vida.
Reprimir que una mujer enseñe sus tetas en público debería ser objeto de protesta y de desprecio por cualquier ciudadana o ciudadano que sea consciente de sus derechos y que tenga la mirada limpia de cualquier mancha de inhumanidad.
Gracias a Amaral y a todas las demás.