Hubo un tiempo, no muy lejano, en el
que España, que era una -aunque había dos-, grande -a pesar de lo
cual no cabían todos- y libre -sobre todo para los que tenían
poder-, se definía, por quien tenía atribuciones para definirla,
como “una unidad de destino en lo universal”. Esto de la unidad
-otra vez- en lo universal tenía un tufo fascista insoportable, pero
volvía locos a los que profesaban la funesta manía de querer
someter a los demás bajo las suelas de sus rancias ideas. Estas
palabras tan solemnes -en el fondo, tan vacías- les solazaba el
espíritu, les disparaba las glándulas y la hormona de la metafísica
patriotera se les ponía por las nubes, hasta el punto de que se
colocaban en las mismas puertas de la otra vida, aunque con los pies
muy bien asentados en esta. Yo creo que lo que les atraía de todo
este montaje era que lo consideraban como un negocio espiritual que
les proporcionaba bienestar anímico aquí y, encima, creían que les
garantizaba el acceso futuro a reinos eternos, que se supone que
también estaban llenos de unidad y de universalidad, para que no
desentonaran.
Pero, a pesar de todo el afán
conservador que se quisieran echar sobre la brillantina estos negociantes
disfrazados de hombres píos, las cosas cambian. Aunque alguien se
acostumbre a volver la cara para otro lado e ir mirando de reojo, la
sociedad evoluciona y las palabras van perdiendo el aire que las
mantenía infladas, hasta quedarse convertidas en desechos antiguos e
inservibles. Así, el negocio espiritual, que catapultaba a la
estirpe española hacia el más allá, se fue transformando
inadvertidamente hasta situar en el trono que antes ocupaba el
espíritu, la más reconfortante y placentera materia, revestida de
ganancias, dineros y prebendas encerradas en el glorioso saco del
capitalismo.
De esta manera, la España que unos
padres acostumbrados a mirar al sol consideraban una unidad de
destino en lo universal, fue transformada por sus hijos, que no
dejaban de contemplar al astro rey, pero que ya solían usar gafas de
colores oscuros y cremas solares para evitar ciertos peligros, en
algo mucho más eficaz, más beneficioso y más lucrativo: la marca
España.
En esas estamos hoy.