No, no todos los políticos ni todos los partidos son iguales, ni mucho menos. Ese es el anzuelo que lanzan siempre las derechas para que piquen en él los que están menos conscientes de la situación, los que tienen asumido su desconocimiento.
Me parece lógico que esto ocurra, porque hay quienes manejan bien las comunicaciones. Llevamos ya muchos años, décadas, preocupados por la instrucción de los jóvenes, intentando que sepan calcular el área de un triángulo, luego que sepan resolver una integral y, más tarde, que dominen el cálculo diferencial. O que sepan bien los ríos de España o los sistemas cristalográficos, da igual. El caso es que llevamos años, décadas, confundiendo la instrucción con la educación y olvidándonos de esta, tanto en las escuelas como en el seno de las familias.
La instrucción consiste en aprender cosas. La educación -la cultura- estriba en aprender a vivir, en conocer las normas idóneas que hay que seguir para poder vivir todos en una sociedad de manera sana y constructiva; y, también, en conocer los valores, lo que merece la pena de lo que encontramos en una sociedad y lo que no sirve para nada bueno.
El camino para ser, además de una persona instruida, una persona educada, culta, debe comenzar en casa. Ahí deben enseñarnos a comer bien, a ser mínimamente ordenados, a desenvolvernos en la sociedad de manera racional, a darle importancia al respeto, a escuchar cuando habla alguien, a criticar noblemente lo que captamos y a tantas cosas que nos hacen personas educadas, evolucionadas, mejores.
Luego, en la escuela, nos deben explicar el porqué de las normas que hemos aprendido en casa. Por ejemplo, si en casa nos han dicho que no está bien estar en los interiores con la cabeza cubierta por un gorro, en la escuela nos deben aclarar que eso se debe a que el 80 % del calor corporal se pierde por la cabeza, y si en un interior, en donde no suele hacer frío, vas con una gorra puesta, se crea en el pelo un calor que puede pudrir sus raíces. Las boinas puestas en la cabeza casi todo el día eran una fábrica de calvos en los pueblos. O nos deben enseñar por qué se debe respetar a las personas, sin molestarlas ni insultarlas ni negarles sus derechos ni atentar contra su integridad. Y así con todo.
Cuando una persona educada, culta, se enfrenta con el hecho de la política, sabe distinguir a unos de otros, porque es capaz de entender lo que unos quieren y lo que quieren los otros. Pero vivimos una época en la que la educación, en las familias y en las escuelas, está en momentos bajos. Lo que triunfa es el dinero y lo que sea necesario para conseguirlo. Hoy sales a la calle, entras en un teatro, vas a un bar, te metes en un museo o te subes a un autobús y las dos únicas normas que observas, porque la cumplen casi todos, son: una, que cada cual hace lo que le da la gana, y lo primero es lo mío; y, dos, que si a alguien no le gusta o le molesta, que se joda. Parece que la simpleza se ha apoderado de lo que la gente hace, de la música que escucha, de las formas de divertirse, de lo que come y de lo que son capaces de pensar. Por eso, cuando hay elecciones, las derechas insisten en los mensajes simples. Si son diez puntos escritos en un folio, mejor que un cartapacio lleno de medidas. Total, es posible que no se lo lean, porque tienen en sus mentes el enorme prejuicio de que todos son iguales. Y no todos son iguales. Puede que haya políticos que tengan fallos, porque ninguno es perfecto, pero iguales no son. Y, mucho menos, lo son los partidos.
(Continuará)