Estoy indignado. Estoy cabreado. Estoy
preocupado. Estoy de muy mal humor. Sobre todo, estoy triste. La
tristeza tiene siempre dos caras. Una, la de la situación que
produce la tristeza. Otra, la del causante de esa situación.
La situación. Mi amiga se presentó a
las oposiciones para profesores convocadas en Madrid. Tras el primer
ejercicio, quedó en un lugar privilegiado en la lista de su tribunal. Había
buenas perspectivas, aunque nunca se sabe lo que puede pasar.
Salieron las listas definitivas y apareció como aprobada. Había
logrado sacar las oposiciones en unas circunstancias tan difíciles
como las actuales. Imagínate la alegría. Lo dice en casa, se lo
dice a los amigos, proclama a todos los vientos que ha logrado vencer
el reto de una oposición.
Pasan tres horas desde que apareció la
lista definitiva. Tres horas de felicidad, de gozo y de respirar
hondo. Pero basta un segundo para que la ineptitud, la estupidez o
vete tú a saber si una mano interesada hagan su aparición, así que
en tres horas puede pasar de todo. En efecto, en medio de la alegría
y de la celebración, sale una nueva lista. Anuncian que, por error,
la lista verdaderamente definitiva es la que exponen ahora y en ella
no aparece mi amiga. Tú, que me lees, ponte en el lugar de mi amiga
y siente con ella lo que le pudo entrar en la vida.
El causante. Lo normal es que sea en la
Consejería de Educación, tan sabiamente dirigida en la Comunidad de
Madrid por la señora Figar y sus asesores y de la que todos los
profesores tienen amplias y profundas experiencias, en donde se
reciban las listas de los diversos tribunales y se elabore la lista
definitiva, según las puntuaciones obtenidas, para su publicación.
Algún inepto de los que tanto abundan, un estúpido metido en donde
no debe, un cretino de los que no deberían estar en donde están o
un mediocre de estos que se ponen a hacer lo que sea y lo hacen de
cualquier manera debió de hacer la lista sin la menor atención, sin
el conveniente cuidado, sin la necesaria responsabilidad y sin saber
lo que hacía. Y metió la pata. Lo normal sería que este señor o
esta señora desapareciera de ese puesto y fuera cesado de inmediato
por su superior jerárquico, por ser un inútil y un peligro público
para la comunidad ciudadana. Si no ha sido así, hay que exigir que
dimitan él/ella y sus superiores. Se han acostumbrado a que los
ciudadanos traguemos todo lo que se les ocurra y no tienen el menor
inconveniente en hacer cualquier desmadre y quedarse tan tranquilos.
No han aprendido a ser servidores públicos en una democracia y, por
lo que se ve, no van a aprender nunca.
Aunque, quién sabe, ¿es esto lo que
ha ocurrido o han sido otras cosas? Esta Comunidad de Madrid la
gobierna el PP desde hace mucho tiempo y ya sabemos la afición que
tienen estos señores y señoras del PP por meter en lugares
cobijados a sus familiares, amigos y partidarios. Tal afición me
hace abrir la sospecha de si no habrán llegado algo tarde algunas
comunicaciones interesadas que había que atender y han procedido
cuando han podido. Es lo que tiene el hábito de mentir, de medrar,
de colocar y de imponer, que crea la sospecha y eso es muy difícil
de quitar. Quienes no se caracterizan por tener una idea clara de la
ética, de la justicia, de la democracia ni del trato humano a los
ciudadanos no hacen más que mantener siempre viva la mecha de la sospecha.
La tristeza me lleva a la indignación,
a la sospecha y a ese sentimiento pesado, pastoso y que cada vez se
instala con más facilidad en mi mente de que este mundo que estamos
construyendo y que estamos tolerando en este país no es más que una verdadera
mierda.