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lunes, 27 de abril de 2009

Almas de destrucción masiva / 4 / Ratzinger y 2

La ideología retrógrada e integrista que se fue generando en la mente de Ratzinger la expuso él mismo hace justamente cuatro años, cuando los cardenales se reunieron en Cónclave para elegir a un nuevo Papa tras la muerte de Juan Pablo II. Tamayo la resume en estos tres puntos:

1. Cree que hay muchos cristianos que han ido dando bandazos desde una postura
ideológica a la contraria: del marxismo al liberalismo, del colectivismo al individualismo, incluso del ateísmo a un vago misticismo.

En mi opinión este argumento muestra claramente el horror al cambio que manifiestan todas las corrientes reaccionarias, dictatoriales y centralizadoras. Piensan que las cosas son de una manera definitiva y precisamente como dice que son los que detentan el poder.


2. Se está imponiendo en el mundo la "dictadura del relativismo que no reconoce
nada que sea definitivo y que deja como última medida sólo al propio yo y a sus
deseos".

Si se critica el relativismo es porque se defiende un absolutismo, con todos los matices que se les quiera añadir a esta afirmación. Esta es la gran vuelta atrás: querer imponer a todos unos criterios universales independientes de la propia cultura, de la propia vida y del propio mundo en el que viva cada cual. Posiblemente sea esta actitud la que más daño haga tanto dentro como fuera de una religión.


3. Lo único que permanece en la eternidad es el alma humana, cuyo fruto es lo
sembrado en ella.

De nuevo, el imperio del alma. El que no sabe nada de cómo funciona la mente, no sólo se inventa el alma como una sustancia más o menos mágica que explica todo lo que no se comprende, sino que le asocia un destino eterno que acarrea la infravaloración del cuerpo.


Estos son los presupuestos ideológicos de Ratzinger y, basándose en ellos, a juicio de Tamayo, ha logrado ofender y enemistar a importantes colectivos étnicos, sociales y religiosos. En efecto:


1. En el viaje que realizó al Brasil en 2007 afirmó que la vuelta a las religiones precolombinas era un retroceso y acusó a los nuevos líderes latinoamericanos de autoritarios y de no actuar de acuerdo con las normas cristianas. A los teólogos de la liberación los acusó de defender ideas erróneas y terminó condenando al teólogo hispano-salvadoreño Ion Sobrino.

2. Enfadó a otro grupo social importante, el de los judíos, que son unos 13 millones, y lo hizo al readmitir en le Iglesia al obispo ultraconservador Richard Willianson, bien conocido por negar el Holocausto.

3. En 2006 logró enemistarse con los musulmanes, unos 1.300 millones. Alineándose con las tesis de Bush, afirmó que Mahoma no trajo más que males a este mundo y vinculó a Alá con la violencia y con la irracionalidad, nada menos.

4. Las recientes declaraciones en contra del uso de los preservativos ha puesto en su contra a muchos africanos -hay 856 millones de personas en ese continente-, incluso al parlamento belga, que ha pedido a su gobierno que condene tales declaraciones.

5. Puede fácilmente imaginarse cómo quedaron los protestantes -650 millones- y los cristianos ortodoxos -250 millones- cuando en un documento de julio de 2007 declaraba que la única Iglesia verdadera era la católica, calificando a las Iglesias ortodoxas de imperfectas y negando la condición de Iglesias a las protestantes.

6. Por último, dentro de la misma Iglesia católica, su intento es el de volver a las misas en latín. Con el levantamiento de la excomunión de los elementos integristas
pertenecientes a la Fraternidad de San Pío X, encabezados por monseñor Lefebvre,
lo que ha hecho no es más que alinearse con las tesis integristas, dándole la espalda a cualquier movimiento de renovación y de actualización dentro de la propia Iglesia.

Si todas estas fueran consignas encaminadas a que los católicos encauzaran sus vidas con estos criterios, estaría mal, pero quedaría el recurso de pensar que allá cada cual con lo que cree y en quién cree. El problema viene cuando esta ideología se quiere presentar como la única y como la verdadera y se pretende impedir que los que no están de acuerdo con ella puedan organizar su sociedad con criterios democráticos. Esto es lo que convierte a este Papa en un elemento destructivo para la sociedad. Qué lejos queda el mensaje evangélico y la figura, en tantos aspectos admirable, de Jesucristo de esta ideología integrista y deshumanizadora.
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viernes, 24 de abril de 2009

Almas de destrucción masiva / 4 / Ratzinger 1

A mí me instalaron de pequeño en la mente preocupaciones religiosas que me costaron mucho tiempo y mucho trabajo quitarme de encima.

Hoy lo que tengo es una preocupación por los efectos psicológicos, sociales y políticos que la mentalidad religiosa tiene, en primer lugar, sobre el pensamiento y la acción de las personas (porque hay quienes actúan con el criterio fundamental del miedo -a Dios, al más allá y al más acá-, quienes son intolerantes en nombre de la religión y quienes supeditan el conocimiento racional y científico a las informaciones ajenas a la razón que les suministra la fe); en segundo lugar, sobre la posibilidad de desarrollar una vida social plena y libre (hay luchas absurdas y estériles por el contenido de la educación, por el uso de preservativos, por la igualdad de derechos entre todas las personas, tengan la orientación sexual que tengan, y hasta por las formas de vestir); y, por último, sobre las leyes que se generan para estructurar humanamente la sociedad (tenemos que soportar una ralentización del avance humano a través de leyes que cuesta trabajo sacar adelante y que afectan a temas como el aborto, la unión de homosexuales y a todo lo que en un breve tiempo termina siendo aceptado como normal, a pesar de la oposición pesada de los que viven en la sociedad con criterios fundamentalmente religiosos).

La religión podía ser un elemento amable que sirviera para ayudar a vivir mejor a las personas y a resolver algunos de los problemas que fueran apareciendo en la sociedad. Pero, lejos de esa situación, las religiones se están convirtiendo en una fuente de problemas, de luchas y de generación de dificultades que están acabando por hacer de ellas instrumentos discriminadores, reaccionarios, contrarios al progreso, inhumanos y, más propiamente, antihumanos.

Tiendo a pensar que esta actitud no es propia de una religión concreta, sea la que sea, sino más bien de cualquier religión, de la esencia de la religión en sí. Cada una lleva a cabo sus efectos sobre los individuos y sobre la sociedad a su manera, pero en todas ellas late, a mi juicio, ese elemento destructor de la vida humana, de la sociedad civil, de este mundo, en nombre de un hipotético nuevo mundo que todas ellas prometen.





A pesar de esta consideración negativa hacia el hecho religioso en general, no hay que perder de vista algunos personajes de algunas de las religiones particulares, que destacan por el daño concreto que están haciendo la humanidad al querer imponer en el mundo su ideología poco respetuosa y difícilmente compatible con una idea racional del ser humano. En este sentido, tenía yo interés desde hacía tiempo en analizar, siquiera brevemente, la figura del jefe de la Iglesia católica, el Papa Benedicto XVI, en su consideración civil, Joseph Alois Ratzinger, nacido en Baviera, Alemania, en 1927. Me resultaba difícil la empresa porque lo era la tarea de recopilar datos y analizarlos, pero recientemente el teólogo español Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III, de Madrid, ha realizado esta labor y lo ha hecho mucho mejor de lo que lo podría haber hecho yo. Puede encontrarse su trabajo, titulado El integrismo de Benedicto XVI, en el diario El País del 18 de abril de 2009.

Señala Tamayo que los inicios de la carrera eclesiástica de Ratzinger se caracterizaron por su diálogo con la modernidad y por su apoyo a los teólogos de la liberación, a alguno de los cuales llegó a pagarle de su propio bolsillo la realización de su tesis doctoral. De ahí, sin embargo, fue pasando paulatinamente a la postura opuesta, persiguiendo a los que antes había protegido e instalándose en una actitud contraria al diálogo con lo moderno, con lo racional, a la vez que ensayaba un proceso de escalada hacia las cimas del poder en la Iglesia.

Tres son las causas que han podido generar, a juicio de Tamayo, esta involución:

  • Una concepción pesimista del ser humano, basada en el pensamiento de San Agustín.

  • Su incomprensión de lo que supuso para la sociedad la revuelta estudiantil de mayo del 68.

  • Su miedo a asumir las consecuencias que se preveían para la sociedad derivadas del Concilio Vaticano II.

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