Le redujeron la música a la mierda de ruido que escupía un teléfono móvil del que no se separaba nunca.
Le redujeron el lenguaje a una mierda de palabras imprescindibles para decir alguna cosa de una situación gruesa.
Le redujeron la audición a la mierda de gritos que le permitían oir los auriculares.
Le redujeron la atención a la mierda que salía en la televisión moviéndose a mucha velocidad y a los sonidos repetitivos y cansinos que oía a un altísimo volumen.
Le redujeron el futuro una mierda de presente vacío.
Le redujeron el cariño a una mierda de gestos extravagantes.
Le redujeron la vida a la mierda de estar sin ser.
Le redujeron la alegría a una mierda de insensibilidad.
Le redujeron todo a la mínima expresión. Cuando alguien vino a pedirle esfuerzo, preocupación, trabajo, ética o solidaridad, estaba tan reducido que ya no era más que un ser obediente a sus gruesos intereses.