Puede que alguien haya notado últimamente un cierto silencio por mi parte en relación con la ausencia de comentarios sobre la situación en la que estamos embarcados todos en la actualidad. Es verdad que procuro no hablar de ella, y es porque no acabo de resolver del todo un dilema que me preocupa.
Cuando hablo de lo que nos ocurre, intento hacerlo con argumentos racionales más que sentimentales, procuro basarme en hechos y no en hipótesis ni deseos, y, a veces, me veo obligado a defenderme como ciudadano de lo que entiendo que son ataques injustos. Mi intención es ayudar con mi granito de arena a que tengamos una idea algo más clara de la situación. El primero yo, que parto de la base de que la realidad es tan sumamente compleja que es muy difícil que nadie llegue a un conocimiento tal que le permita afirmar que las cosas son así y no de otra manera. No seré yo quien defienda esas ideas antiguas, viejas y tan superadas ya de que las cosas son muy simples y que se puede tener de ellas un conocimiento absoluto en un momentito.
Mi duda está en que si hoy en día un comentario racional que intente atenerse a los hechos ayuda a alguien a que tenga más o mejor conciencia del mundo en el que vivimos o si, por el contrario, lo que hace es provocar a la parte embestidora (recuerda el poema de Antonio Machado en “Proverbios y cantares”) y que la situación se tense más, se crispe más, para mal de todos. No sé si es mejor hablar o callar. No sé si lo racional en estos momentos ayuda a aclarar o a enturbiar.
En fin, en esas estoy. Un poco harto, es verdad, de que en este país sea cada vez más difícil ser libre, jugar limpio, pensar y hablar. Aspiro a un mundo en paz que veo cada vez más lejos. Demasiado lejos ya.