Mostrando entradas con la etiqueta ceguera. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ceguera. Mostrar todas las entradas

viernes, 3 de junio de 2016

Buenos días. Ceguera




Mucho cuidado. Los mayores ciegos solemos ser nosotros cuando nos miramos a nosotros mismos. 

Buenos días.

jueves, 7 de febrero de 2013

Amor 57





El amor no es ciego. Lo que es de ciegos es decir que el sentido del sexo es la procreación.

miércoles, 6 de febrero de 2013

miércoles, 23 de enero de 2013

Ceguera política




No es que estén ciegos, es que están cegados por la codicia, por el deseo fascista de cambiar la sociedad y ponerla al servicio de sus intereses privados. No ven las consecuencias de lo que hacen, no ven el mal que están produciendo, no ven cómo está el pueblo, no ven la imagen que están dando, no ven el daño que le están haciendo al país y a los ciudadanos, no ven nada, porque sólo miran sus intereses, bajos, asquerosamente dinerarios. El dinero y la falta de ética les ha hecho convertirse en burdos delincuentes, en mentirosos compulsivos, en gestores estúpidos, en políticos suicidas, en malas personas. España y los españoles somos víctimas de la ceguera del PP y de los ciudadanos ciegos que lo mantienen en el poder. Sólo a una banda de ciegos sin escrúpulos y sin sentido se le ocurre, en medio de todo el escándalo del caso Bárcenas, soltar eso, que parece una broma, de dictar una norma para que un delincuente pueda dirigir un Banco.

Creo que es tiempo de que los demócratas serios se unan, con independencia de sus ideologías, y defiendan el sistema democrático, antes de que alguien sin escrúpulos se aproveche de su debilidad.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Ciegos que ven, pero no quieren





Me contaron en cierta ocasión la historia de Andrés, un castellano terco y precavido que perdió la visión de uno de sus ojos en un desafortunado accidente en el campo. En cuanto se repuso de las heridas, se imaginó el futuro haciendo uso del criterio con el que había sido educado desde su tierna infancia y con el que había vivido toda su vida: el miedo. Si ya había perdido un ojo, pensó, lo trágico sería perder el otro, así que habría que evitar por todos los medios esa posibilidad. El peligro podría venir por dos caminos, el de una nueva pérdida y el del desgaste por el uso. Pronto descubrió, entre las escasas pertenencias de que disponía, lo que entendió como el remedio perfecto. Tomó unas gafas y, en lugar del cristal que se situaba frente al ojo sano, instaló la suela del tacón de unos zapatos viejos que ya no le servían. Le hizo al trozo de goma dos pequeños agujeros en la parte recta y mediante unas finas cuerdecitas la ató al borde superior de la montura. Ningún elemento punzante o hiriente podría atravesar esa barrera sólida. Y, por otra parte, la visión por ese ojo se limitaría a aquellas ocasiones en las que mereciera realmente la pena levantarse el tacón y usar el ojo para ver el mundo.

Hoy hay bastantes ciegos que, al igual que Andrés, podrían ver si quisieran, pero no quieren. La diferencia está únicamente en que estos ciegos de hoy no necesitan siquiera ponerse en el ojo la suela de un tacón.